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El Santo que Volvió del Infierno: Bartolo Longo, el Hombre que Juró al Diablo y fue Salvado por la Virgen

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 19 oct
  • 5 Min. de lectura
Bartolo Longo juró servir al demonio… pero fue la Virgen quien firmó su salvación. Del altar oscuro de una misa negra a los altares del Cielo, su vida es la prueba de que ningún infierno puede con una madre que reza..
Bartolo Longo
Bartolo Longo lo tenía todo, pero no se sentía completo hasta que erro su camino y se unió al satanismo. Vio el abismo de frente, pero también la mano tendida de la Virgen que lo rescató de la destrucción.

Roma amaneció hoy con el repique de las campanas y el murmullo de miles de fieles que llenaron la plaza de San Pedro. Bajo un cielo tibio de octubre, León XIV pronunció las palabras que estremecieron al mundo: “Proclamamos santo a Bartolo Longo, el Apóstol del Rosario”.


Pero detrás de los aplausos y las flores, de las imágenes de Pompeya y los rosarios elevados al aire, se esconde una historia tan oscura como luminosa: la del único satanista que el Cielo arrebató de las garras del infierno.







EL JURAMENTO AL INFIERNO

Nació en 1841, en Latiano, Italia, en una familia católica. Pero su juventud lo llevó a Nápoles, la ciudad donde la razón dormía y los fantasmas despertaban. En los años de efervescencia anticlerical y espiritista, Bartolo se dejó fascinar por la oscuridad. La curiosidad intelectual se transformó en obsesión. De estudiante de Derecho pasó a ser discípulo de médiums, hasta que una noche —según sus propias palabras— “fue iniciado en una misa negra y consagrado sacerdote de Satanás”.


Esa noche, cuenta la tradición, el aire del templo abandonado se volvió pesado, y una voz profunda le prometió poder, sabiduría y placer. Bartolo aceptó. “Serviré al Príncipe de las Tinieblas”, pronunció. Desde ese momento, su vida fue una caída libre. Los testigos decían que su rostro se tornaba pálido, que no dormía, que murmuraba oraciones al revés. La fiebre de la locura lo devoraba.


Una noche, mientras caminaba por las calles de esa ciudad italiana que en la década del '80 tuvo los pasos de Diego Armando Maradona, creyó escuchar una multitud invisible riéndose de él. Una carcajada, luego mil. Los demonios que había invocado volvieron a buscarlo. Cayó al suelo, temblando. En su delirio, oyó una voz distinta, dulce, luminosa: “Vuelve a mí, hijo mío. Yo soy el Refugio de los Pecadores”. Era la voz de María.

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EL RESCATE DE LA VIRGEN

Aquella noche fue su resurrección. Bartolo buscó a su viejo amigo, el dominico padre Alberto Radente, quien lo escuchó en confesión durante horas. Le habló del Rosario, de la misericordia, de que ninguna alma está demasiado lejos de la gracia.


Durante meses, Bartolo vivió entre la culpa y la luz, entre visiones infernales y consuelos celestiales. Los demonios le susurraban que se matara, que no había perdón posible. Pero cada vez que caía de rodillas y tomaba el rosario, la oscuridad retrocedía.


Un día, mientras rezaba ante una imagen deteriorada de la Virgen, sintió una certeza: debía dedicar su vida a reparar lo que había destruido.—“Si con mi boca prediqué al diablo,” dijo, “ahora con mi voz predicaré el Rosario”.


Fue su pacto con el Cielo. Un pacto de redención.


Bartolo Longo
Bartolo Longo y su pacto con el malingo.
EL CAMPO DE POMPEYA: DONDE EL INFIERNO PERDIÓ

En 1871, viajó al Valle de Pompeya, entonces una tierra árida, infestada de supersticiones. Allí fundó una escuela, un orfanato y comenzó a levantar una iglesia. No tenía dinero ni apoyo, solo fe. La gente lo llamaba loco. Pero él repetía: “Si el diablo tuvo sus templos, la Virgen tendrá los suyos”.


Reunió ladrillos, limosnas, campesinos y sueños. En 1876, colocó la primera piedra del santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya, una de las obras marianas más imponentes del mundo. Cada muro parecía un exorcismo. Cada oración, una victoria sobre el pasado.


Y fue en Pompeya donde ocurrió algo que los creyentes aún cuentan como un milagro: una pintura antigua de la Virgen, traída de una iglesia en ruinas, comenzó a ser restaurada y, según los testigos, su rostro cobró vida. Los enfermos empezaron a sanar. Los ciegos, a ver. Las familias, a reconciliarse. Pompeya dejó de ser tierra maldita: se convirtió en el hospital de las almas.

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EL DUELO ESPIRITUAL

Bartolo no olvidó nunca su pasado. Escribió que, hasta el final de sus días, sentía el acecho del enemigo: “El demonio me susurra: ‘Eres mío’. Pero María me mira y me dice: ‘Tú eres mío, y conmigo vencerás’”.


Fue un duelo espiritual sin tregua. Mientras los obreros construían el santuario, él rezaba por los que aún vivían en tinieblas. Fundó asociaciones de oración, organizó procesiones y escribió himnos al Rosario que conmovieron a toda Italia.


No hablaba de sí mismo como santo, sino como rescatado: “Soy un siervo del infierno que fue liberado por una Mujer vestida de sol”.


Murió el 5 de octubre de 1926, con un rosario entre las manos y una sonrisa de niño. Sus últimas palabras fueron: “Mi única esperanza es María, que me salvó del abismo”.


Bartolo Longo
Entre las sombras del infierno, una voz lo llamó por su nombre. Fue la Virgen quien lo rescató de las tinieblas y le devolvió la luz. Desde entonces, Bartolo Longo solo habló del Rosario que lo salvó.

EL DÍA QUE EL INFIERNO TEMBLÓ

Hoy, 19 de octubre, la Iglesia canonizó a Bartolo Longo junto a otros seis santos. Pero cuando su nombre resonó en la voz del Papa León XIV, la emoción se volvió casi sobrenatural. Miles de fieles alzaron sus rosarios en el aire; muchos lloraron. En la fachada de San Pedro, su imagen parecía mirar más allá del tiempo.


El vicario de Cristo dijo con voz firme: “Su vida nos enseña que no hay infierno tan profundo del que la misericordia de Dios no pueda rescatar a un alma”.


Un hombre que había pronunciado juramentos al diablo era ahora proclamado santo. Un símbolo viviente de que el Cielo no tiene puertas cerradas.

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EL APÓSTOL DE LA LUZ

Hoy, los peregrinos de Pompeya aseguran que su tumba sigue obrando conversiones. Hay quienes cuentan que, en las noches de tormenta, se oye una voz rezando el Rosario dentro del santuario. Otros dicen haberlo visto caminar entre los bancos, con su capa negra y su mirada serena.


Quizá sea leyenda, quizá fe. Pero para los creyentes, Bartolo Longo sigue combatiendo, esta vez desde el lado de la luz. El hombre que firmó un pacto con el demonio se convirtió en el abogado de los desesperados, en el protector de quienes creen que ya no tienen remedio.

Porque si él volvió del infierno, nadie está perdido.



EL ABISMO TIENE SALIDA

Cuando las campanas de Roma callaron, el sol iluminó los tapices de los nuevos santos. En medio de ellos, el rostro de Bartolo brillaba distinto: no con la pureza de quien nunca cayó, sino con el resplandor de quien fue al abismo y regresó tomado de la mano de María.


Su historia no es solo una canonización. Es un grito del Cielo al mundo: “El infierno existe… pero la misericordia también”.


Hoy, el hombre que una vez sirvió al demonio fue declarado santo. Y en Pompeya, cuentan, las campanas suenan como si un ángel las tocara.



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