El Santo que Escupió al Diablo
- Canal Vida
- 9 jun
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Dormía sobre piedras, ayunaba hasta desfallecer y escribía como si el cielo dictara. San Efrén de Siria fue un místico de fuego, un poeta sin igual y un combatiente espiritual que, según antiguos relatos, hacía huir a los demonios con solo orar. Hoy, sus palabras siguen siendo un escudo contra la tibieza del alma.

Nacido en Nísibis (actual Turquía) en el año 306, san Efrén fue considerado por muchos como el santo que escribía con tinta del cielo. Su alma ardiente no se conformaba con la mediocridad espiritual de su tiempo. Desde joven, se retiró al desierto de Edesa, donde comenzó una vida de ascetismo radical: dormía sobre piedras frías, ayunaba por semanas y rezaba hasta caer exhausto. Pero no se aisló para esconderse. Lo hizo para librar una guerra.
San Efrén de Siria aseguraba que el tibio no era cristiano: era un traidor encubierto.
“Sus himnos eran como lanzas contra los demonios”, escribió un monje anónimo del siglo IV. Y no exageraba. Efrén escribió cientos de poesías, homilías y comentarios que defendían la fe católica contra las herejías que amenazaban con dividir a la Iglesia. En una época plagada de confusión doctrinal, su pluma fue espada.
UN SANTO QUE ESCUPÍA AL INFIERNO
En la tradición siriaca se cuenta que, durante la oración, caía en tal éxtasis que los demonios chillaban al escucharlo. En una ocasión, un monje testigo aseguró haberlo visto escupir al suelo tras reprender una tentación. “Escupí al Diablo para no permitirle ni una esquina de mi pensamiento”, habría dicho. Esa escena, aunque simbólica, fue recordada durante siglos en monasterios orientales como gesto de desprecio a Satanás.
Efrén no predicaba desde el odio, sino desde una pasión incendiaria por la Verdad. En sus escritos llama a María “la luminosa”, al alma “la novia del Espíritu Santo” y a Cristo “el fuego que arde pero no consume”. Decía que el tibio no era cristiano: era un traidor encubierto. Por eso, sus homilías no eran discursos, eran relámpagos.

UN POETA CELESTIAL
San Efrén compuso himnos que eran usados tanto en la liturgia como en la batalla espiritual. “Que mis palabras sean puñales contra el error”, escribió en una carta que hoy se conserva en la Biblioteca Vaticana. Su lenguaje estaba lleno de imágenes místicas: llamaba a la oración “una escalera de fuego” y al ayuno “la espada del alma”.
“El alma tibia es cama del demonio. Pero el alma ardiente lo hace huir como humo.” (San Efrén de Siria)
Sus obras fueron tan impactantes que el propio Benedicto XV lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1920, y san Juan Pablo II lo llamó “el más grande poeta del cristianismo primitivo”.
Su sobrenombre “El Arpa del Espíritu Santo” no es un adorno: sus himnos a María, al Verbo Encarnado y a la lucha contra el pecado siguen siendo rezados hoy en monasterios de Medio Oriente.

UN DOCTOR SIN CÁTEDRA, PERO CON FUEGO CELESTIAL
Ser proclamado Doctor de la Iglesia no es una distinción honorífica ni un simple reconocimiento académico. Es un título que la Iglesia otorga oficialmente a santos cuya vida y enseñanza fueron particularmente luminosas para la fe cristiana. No basta con haber sido sabio: se exige una profundidad doctrinal excepcional, santidad de vida comprobada, y un impacto duradero en la tradición viva de la Iglesia. Son pocos los que recibieron tal honor —apenas 37 en toda la historia— y cada uno es una antorcha que sigue ardiendo en la noche del mundo.
San Efrén de Siria, recibió este reconocimiento porque su pluma fue una de las más encendidas del cristianismo primitivo. Fue diácono, predicador, exégeta, y sobre todo poeta del Espíritu. Escribió con belleza y fuego para combatir herejías, consolar al alma abatida y enseñar la Verdad en forma de canto. Su teología no se dictaba desde un púlpito de mármol, sino desde la tierra del desierto y el ardor del corazón.

SUS PALABRAS COMO EXORCISMO
Muchos de sus escritos se usaron durante siglos como oraciones contra el mal. Se cree que su "Himno contra las Lenguas Divididas" fue recitado por cristianos perseguidos para mantener la unidad de la fe. Otros himnos, como el "Canto del Fuego Interior", se usan hoy en retiros espirituales como invocación al Espíritu Santo.
Una de sus oraciones más famosas es la del alma vigilante: “Señor y Dueño de mi vida, no me des el espíritu de pereza, de desesperación, de dominio ni de vana charla. Dame, en cambio, a tu siervo, espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor”.
Esta plegaria es recitada a diario durante la Cuaresma por los cristianos ortodoxos y es conocida como uno de los exorcismos más suaves y más potentes de la tradición oriental.

EFRÉN Y LA TIBIEZA ESPIRITUAL
“El mayor aliado del Diablo no es el ateo”, escribió Efrén. “Es el creyente que no arde” aseguró.
Para él, un cristiano que vivía sin oración era un soldado desarmado. Sus textos apuntan contra la mediocridad con frases como: “Hay quienes creen en Dios, pero no lo aman. Y eso es peor que negarlo”.
Hoy, en tiempos de distracción, Efrén se convierte en profeta de fuego. Sus textos no buscan consolar, sino encender. Llaman al alma dormida a despertarse como quien oye un trueno. En un mundo acostumbrado a lo superficial, su voz es un grito urgente: “Vuelve a la llama que te dio vida”.

CÓMO REZAR COMO EFRÉN
San Efrén no tenía lujos ni rituales recargados. Rezaba con el corazón abierto y el cuerpo postrado. Aquí una guía sencilla para invocar su intercesión y recuperar el ardor espiritual:
Preparación: Silencio total. Apaga el celular. Si podés, enciende una vela blanca.
Invocación inicial: "San Efrén, arpa del Espíritu, despierta mi alma para que no duerma entre los muertos."
Lectura breve: Lee uno de sus himnos. Podés elegir la Oración del alma vigilante.
Contemplación: Quedate en silencio. Sentí la presencia. No hables. Escuchá.
Exhortación: Decí en voz alta: "Que el fuego de Dios me abrace. Que el Diablo huya de mi aliento."
Cierre: Padrenuestro y tres veces: "Ven, Espíritu Santo, y hazme nuevo."

UN LEGADO QUE SIGUE ESCUPIENDO
San Efrén murió el 9 de junio del año 373. Pero su fuego no se apagó. En cada monasterio oriental donde su himno se canta, en cada cristiano que lucha contra la tibieza, su llama sigue viva.
Hoy más que nunca, necesitamos santos como él: que no busquen aplausos ni diplomacia, sino almas ardiendo de amor por Cristo. Porque mientras el mundo se enfría, sus palabras siguen escupiendo al Diablo.
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