El Santo Cuya Sangre Curaba Desde la Tumba
- Canal Vida

- 14 may
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Lo decapitaron por amar a Cristo… pero su historia no terminó ahí. Desde su tumba, brotaron milagros. Enfermos que sanaban al tocar la piedra. Llagas que se cerraban. Y un perfume inexplicable que aún hoy se percibe. San Poncio de Cimiez no habló con sermones: habló con sangre. Y su voz todavía resuena.

En la actual ciudad de Niza, al sur de Francia, hubo una vez un mártir olvidado. Su nombre era Poncio. Su historia, escrita con sangre, cruzó siglos, curó enfermos y desafió a los incrédulos. Fue decapitado por confesar a Cristo. Pero no fue su muerte lo que más asombró… sino lo que ocurrió después. Desde su tumba, brotaba algo que nadie esperaba: milagros.
Hoy, su figura resurge como una reliquia viva. San Poncio de Cimiez, mártir del siglo III, es mucho más que una estatua o un nombre antiguo. Es un signo.

EL MÁRTIR DE PROVENZA
Poncio vivió en Cimiez (hoy parte de Niza), en tiempos del emperador Valeriano, uno de los más feroces perseguidores de cristianos. Era un joven de carácter sereno, firme en su fe. No era soldado. No era clérigo. Era un simple creyente.
Cuando comenzaron las detenciones masivas, Poncio no huyó. Se presentó voluntariamente ante las autoridades. Su única “falta”: haber ayudado a cristianos perseguidos, ocultado a un sacerdote y profesado públicamente su fe.
Fue arrestado. Torturado. Y finalmente decapitado. El lugar del martirio se convirtió en un santuario improvisado. Pero su historia recién comenzaba.

ALGO FLUÍA DE SU TUMBA
Los primeros informes hablaban de un “perfume dulce” que emergía del sepulcro de Poncio. Al poco tiempo, comenzaron a llegar los enfermos. Quienes tocaban la piedra que cubría sus restos decían sanar de llagas, fiebres, parálisis.
Un monje local dejó escrito en el siglo V: “Donde cayó su cabeza, brota la esperanza. Y del lugar de su entierro, el dolor huye como sombra del sol”.
Incluso durante una plaga en la región, los habitantes de Cimiez cavaron una fosa junto al sepulcro… y los enfermos dejaban sus bastones ahí. Muchos no los volvían a necesitar.

UN CULTO QUE CRECIÓ CON LAS LÁGRIMAS
Las peregrinaciones no se hicieron esperar. Desde Marsella, Lyon y hasta la lejana Hispania llegaban devotos. Algunos dejaban ampollas con su sangre, otros pañuelos con los que habían tocado su tumba.
Se dice que en el siglo VI, un niño ciego recuperó la vista luego de que su madre lo hiciera dormir junto a las reliquias de Poncio. Los registros eclesiales hablan de “sanaciones inexplicables” y “efusiones de gracia”.
Durante siglos, su culto se mantuvo vivo. Incluso cuando Francia sufrió guerras, invasiones y secularismo, la figura de Poncio persistió en la fe del pueblo.

MONASTERIO DE LOS MILAGROS
Sobre su tumba se erigió un monasterio benedictino. Los monjes registraban cada curación. En uno de los códices conservados en el archivo de la diócesis de Niza, puede leerse: “El aceite de la lámpara de su altar ha hecho más que muchas manos de médico”.
Incluso cardenales acudieron a rezar allí. Un obispo del siglo XIII afirmó: “He visto, con mis ojos, a un paralítico dejar sus muletas al pie del altar. No necesito más pruebas”. Pero también hubo intentos de apagar su historia.

EL SILENCIO IMPUESTO
Durante la Revolución Francesa, las reliquias de san Poncio fueron profanadas. El monasterio saqueado. Las imágenes destruidas. Pero una monja escondió un pequeño relicario con una gota de su sangre, según la tradición.
Años después, ese relicario fue hallado intacto en una casa en ruinas. Fue devuelto a la iglesia… y la devoción renació. El pueblo comenzó a hablar de milagros otra vez.
Los enemigos del Evangelio quisieron silenciarlo. Pero la sangre no calla. Y la fe tampoco.

¿Y SI LO IMPOSIBLE SIGUE PASANDO?
Hoy, el santuario de san Poncio en Cimiez es un lugar olvidado por los grandes medios. Pero quienes van… no regresan igual. Algunos dicen que su tumba sigue exhalando ese perfume. Otros aseguran haber sentido paz, o consuelo, o lágrimas inexplicables.
En una era que se burla de lo sagrado, san Poncio nos recuerda que la sangre de los mártires sigue viva. Que no se oxida. Que sigue hablando. Y que hay heridas que solo se cierran con oración.

EL MÁRTIR QUE SANA DESDE EL CIELO
Poncio no predicó. No escribió libros. No buscó fama. Solo creyó. Solo amó. Solo murió por Cristo. Pero su sangre… sigue corriendo. Sigue tocando. Sigue sanando.
Tal vez, en un rincón del mundo, hay un santo sin voz ni título, que desde su tumba rota… sigue obrando milagros. Y su nombre es Poncio.









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