El Rey que Mató por Ira… y Dios lo Perdonó
- Canal Vida

- 1 may
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Mató a su propio hijo en un arrebato de furia. Ordenó su ejecución, lo enterró… y luego se quebró. Lo dejó todo, vistió de monje, lloró en la tumba, y encontró en el dolor el camino hacia la santidad. Esta es la historia del rey asesino… que terminó siendo santo.

Se llamaba Segismundo, y lo tenía todo: corona, poder, un linaje noble y un pueblo que lo obedecía. Era rey de Borgoña, una de las regiones más influyentes de Europa en el siglo VI.
Pero en su palacio no reinaba la paz.
Tras la muerte de su primera esposa, Segismundo cayó en una red oscura: su nueva reina, celosa y calculadora, comenzó a envenenar su corazón contra su propio hijo, Sigerico.
El joven príncipe era brillante, noble, heredero natural. Pero fue acusado de traición, de soberbia, de querer usurpar el poder. Y su propio padre le creyó todo a su madrastra.
La furia creció. La sospecha se volvió odio. Y entonces… Segismundo ordenó asesinar a su hijo.
Lo mandó a ejecutar. Sin juicio. Sin prueba. Y cuando el cuerpo del joven tocó la tierra…El alma del rey se quebró.

EL CRIMEN QUE COMETIÓ A UN REY EN PENITENTE
Lo que vino después no fue alivio. Fue tormento. Segismundo no pudo dormir, no pudo reinar, no pudo mirar a su pueblo sin ver la sombra del hijo que él mismo mandó a matar.
Cayó en depresión. Se encerró. Hasta que un día, bajó al monasterio de Agaune, donde había fundado una comunidad de oración perpetua. Se quitó la corona. Se puso un sayal. Y pidió perdón a Dios con lágrimas que no cesaron por años.
Dejó su castillo y su cetro. Y vivió como un monje, en ayuno, penitencia y silencio. Su oración era siempre la misma:
“Señor, haz de mi miseria, misericordia.”

EL MARTIRIO INESPERADO
Pero el pasado no perdona tan fácil. Pocos años después, los enemigos del reino aprovecharon su debilidad. Los francos, comandados por Clodomiro, invadieron Borgoña.
Capturaron a Segismundo, su esposa y sus hijos. Y lo ejecutaron. No en una plaza. No con espada. Lo arrojaron a un pozo, junto con su familia.
Murió en silencio. Sin defensa. Sin gritos. Como había vivido sus últimos años: rezando.

LA TUMBA QUE SE CONVIRTIÓ EN ALTAR
Pasaron los años. Pero el nombre de Segismundo no fue olvidado. Los monjes de Agaune comenzaron a contar su historia. Muchos peregrinos se acercaban al pozo donde fue arrojado. Y ocurrían cosas: Curaciones, conversión de pecadores, visiones y milagros.
Su cuerpo fue exhumado. Estaba intacto. Y su fama de santidad comenzó a extenderse por toda la cristiandad.
El asesino arrepentido…El padre que lloró su crimen…Fue canonizado.

UN SANTO QUE INCOMODA... Y SANA
San Segismundo no es un santo cómodo. No fue mártir por predicar. No fue inocente ni perfecto. Fue un hombre que cayó hasta el infierno… y desde allí gritó por Dios. Y por eso su figura tiene poder.
Porque en un mundo donde el error parece condena eterna, su historia es una puerta abierta a la redención.
Hoy es patrono de los reyes, de los pecadores que se arrepienten, y de los que hirieron a sus propios hijos y quieren pedir perdón.

¿SE PUEDE SER SANTO DESPUÉS DEL PEOR PECADO?
La pregunta que dejó Segismundo sigue viva. ¿Puede un asesino de su propio hijo ser canonizado?
La Iglesia respondió: sí, si hay arrepentimiento verdadero. Porque no canoniza perfección, canoniza misericordia recibida.
Y en Segismundo, la sangre derramada se convirtió en semilla que floreció en lágrimas. Y terminó en santidad.

LA MISERICORDIA QUE SANTIFICA
San Segismundo nos grita desde la historia: Que el pecado no tiene la última palabra. Que ni el peor crimen puede apagar la luz de un corazón que se entrega. Y que Dios puede hacer santo… a quien el mundo llama monstruo.









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