EL PAPA QUE HABLÓ DEL VACÍO DEL MUNDO: “SOLO EL RESUCITADO PUEDE SACIAR NUESTRA SED”
- Canal Vida
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En una catequesis conmovedora, León XIV habló del alma vacía del mundo moderno y de la única fuente capaz de llenarla: Cristo Resucitado. “El alma sin Dios es un desierto sin agua”, advirtió ante miles de fieles en San Pedro.

En una mañana de octubre bañada por la luz tenue de Roma, León XIV volvió a estremecer la plaza San Pedro con una catequesis que no fue solo una enseñanza… sino una sacudida espiritual.
Bajo el tema “El Resucitado, fuente viva de la esperanza humana”, el Pontífice invitó al mundo a mirar dentro de su propio abismo: el vacío existencial que consume a la humanidad moderna.
EL GRITO DEL ALMA: “TENEMOS SED DE VIDA, NO DE COSAS”
León XIV habló con la serenidad de quien vio de cerca el dolor del mundo, pero con la fuerza de quien bebió del manantial que no se agota: Cristo Resucitado. “Vivimos ocupados, corriendo detrás del éxito, del poder, del tener… pero nos falta algo esencial”, advirtió. “No fuimos creados para la falta, sino para la plenitud. Jesús es quien puede llenar esa jarra vacía cuando la sed se hace insoportable”, manifestó.
“Sin agua no se puede vivir. El Resucitado es la fuente que no se seca, la que alivia al caminante cansado.” (León XIV)
Sus palabras atravesaron la plaza como un eco divino. Muchos peregrinos lloraron. Otros levantaron los rosarios al cielo. Algunos, en silencio, solo miraban hacia la cúpula de Miguel Ángel como buscando esa “fuente viva” que el Papa describía.

CUANDO LA CIENCIA NO EXPLICA EL VACÍO DEL CORAZÓN
El Papa no habló de teorías, sino de la experiencia humana más profunda: la sed de sentido. “Podemos tener metas altas, prestigiosas, pero nada de eso responde al anhelo de eternidad”, dijo. Y citando el Evangelio de Juan recordó: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
“Solo quien bebe del manantial del Evangelio puede sobrevivir al calor del egoísmo y del pecado.” (León XIV)
En un mundo que multiplica sus dioses de consumo y tecnología, la voz de León XIV sonó como una advertencia profética: “La esperanza no es optimismo. El optimismo se desmorona cuando la realidad nos golpea. La esperanza, en cambio, promete y cumple”.

EL RESUCITADO: AGUA PARA UN MUNDO SEDIENTO
El sucesor de Pedro usó una imagen poderosa, casi poética: una fuente. “Sin agua no se puede vivir. El Resucitado es la fuente que no se seca, la que alivia al caminante cansado”, aseguró.
Asimismo, comparó la humanidad actual con una tierra árida, exhausta, que necesita ser regada por la gracia. “El alma sin Cristo es como un desierto sin oasis”, dijo. “Solo quien bebe del manantial del Evangelio puede sobrevivir al calor del egoísmo y del pecado”, subrayó.
UN PAPA QUE HABLA COMO UN TESTIGO
La catequesis fue breve, pero intensa. Su tono fue el de un hombre que no predica desde un púlpito, sino desde una herida. “Somos frágiles —admitió—. Nos equivocamos, caemos, pero el Resucitado garantiza que llegaremos a casa, donde somos esperados y amados”.
“No dejen que el ruido del mundo ahogue la voz de Dios.” (León XIV)
El Obispo de Roma, que desde el inicio de su pontificado insistió en la esperanza como la virtud más olvidada, volvió a presentarse como un “peregrino entre los peregrinos”. “Jesús no nos da respuestas desde arriba —afirmó—. Camina con nosotros, comparte el polvo del camino, llora con nosotros, y nos levanta cuando todo parece perdido”.

LAS PALABRAS QUE ROMPIERON EL SILENCIO
En uno de los momentos más emotivos, León XIV citó a san Agustín: “Exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz”.
El vicario de Cristo se detuvo. Bajó la voz. Y mirando a la multitud dijo: “Esa paz, hermanos, no la compra el dinero ni la ofrece la ciencia. Solo Cristo resucitado puede darla, porque Él es la fuente, Él es la meta, Él es la vida”.
UN ECO DESDE EL VATICANO AL MUNDO
El mensaje, transmitido en directo a millones de fieles, resonó con fuerza en una época marcada por la ansiedad, el nihilismo y la guerra. “No dejen que el ruido del mundo ahogue la voz de Dios”, pidió León XIV al final. “La esperanza no es una ilusión. Es Cristo mismo, que camina a nuestro lado en la oscuridad”, afirmó.
El Papa extendió su mano y bendijo a la multitud. En ese momento, la plaza entera —donde ondeaban banderas de más de 40 países— guardó silencio. Solo el viento movía las hojas. Y muchos sintieron que, aunque el mundo parezca vacío, la fuente sigue brotando.
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