El Monje que Vio al Diablo Llorar: cuando hasta el Infierno se enamoró del Perdón
- Canal Vida

- 20 oct
- 3 Min. de lectura
En un monasterio perdido de Europa, un monje afirmó haber visto lo imposible: al Diablo… llorando. Su testimonio estremeció a los siglos y reveló una verdad que pocos se atreven a creer: incluso el mal puede temblar ante el poder del perdón.

En la niebla helada de los monasterios medievales, los ecos de campanas se mezclaban con gritos inaudibles —las súplicas de almas que creían haber tocado el abismo—. En ese escenario nació una leyenda que aún hoy vibra en los corredores del silencio: la de un monje que, según los escritos místicos, obligó al Diablo a llorar. Y con esas lágrimas, demostró que la misericordia divina es más poderosa que el odio milenario.
El nombre del religioso se perdió tras los muros del tiempo, pero su historia fue registrada en los manuscritos como testimonio de la derrota del mal por la gracia. Decía: «Si hasta el Infierno teme al Perdón, ¿qué temor he yo de la cruz?». Con esas palabras arrancó su duelo espiritual.
Según la tradición, el demonio mismo apareció ante él —no como una sombra, sino como un ángel caído, agotado, con ojos encendidos por la culpa—. El monje no gritó, no conjuró fórmulas. Simplemente oró. Y luego lo vio: una lágrima negra rodando por la mejilla del Príncipe de las Tinieblas.

EL MALIGNO QUE BUSCÓ LA LUZ
En un episodio extraído de los textos del monacato árido y silente, se relata cómo el demonio, convocado por el monje en su celda, preguntó con voz temblorosa: «¿Será posible que yo también encuentre la luz?». Y el monje replicó: «Ven, y te mostraré un Dios que abraza aún al que muere en el pecado».
El demonio no huyó. Se arrodilló. Esa imagen —el ícono de la noche que rompe su armadura para sollozar frente a la cruz— se volvió faro para generaciones de eremitas.
Pero no se trata de una fábula inofensiva. Esta historia fue usada por los maestros de los claustros como advertencia: el mal no es invencible, y la misericordia no es pasiva. El monje enseñaba que no basta vencer demonios externos: hay que vencer al que lleva uno adentro. Y su victoria fue tan real que incluso los “ángeles caídos” sintieron su autoridad.

LAMENTO EN LA OSCURIDAD
Hay que imaginar la escena: la bruma del alba filtrándose por los vitrales rotos, el monje de ojos cerrados rezando en su celda, y el demonio haciendo su aparición, no con furia, sino con quebranto. Aquella noche dejó una huella que ningún coro monástico olvidó. Y en el silencio posterior se escuchó algo asombroso: el lamento arrepentido de la oscuridad.
Este relato resuena ahora con más fuerza que nunca. En tiempos en que el mal parece adoptarse como rutina, recordar que un solo hombre con fe pudo arrancar llanto al Infierno es una llamada de esperanza. Porque si ese príncipe de las tinieblas se atrevió a llorar, ¿qué excusa tenemos nosotros para permanecer inmóviles?
EL PERDÓN DERROTA EL ODIO
En la historia de ese monje anónimo, el mensaje es brutal y claro: la misericordia es una fuerza de combate, el perdón un arma que atraviesa muros y derrota imperios. Él no predicó desde un púlpito sino desde su celdilla de piedra, y con su oración ganó una batalla que muchos creen perdida.
«Si hasta el Infierno teme al Perdón», escribió el monje antes de morir. Y con esa sentencia, selló una verdad que cruza siglos: no hay abismo tan hondo que la gracia no pueda alcanzar, ni noche tan negra que no termine en alba. El diablo huyó, pero sus lágrimas quedaron como prueba.
Y tú, ¿estás listo para ver lo que hasta el infierno no quiso mirar?










Comentarios