El Director Técnico que Murió Rezando: Las Últimas Palabras de Miguel Ángel Russo
- Canal Vida
- hace 5 días
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Murió como vivió: con fe, humildad y silencio. Miguel Ángel Russo, ídolo del fútbol argentino, cerró los ojos para siempre después de rezar el Padre Nuestro. Su muerte se convirtió en un símbolo de fe y esperanza.

Murió como vivió: en silencio, con fe y rodeado de amor. Miguel Ángel Russo (1956-2025), uno de los técnicos más queridos del fútbol argentino, cerró los ojos para siempre mientras rezaban el Padre Nuestro. No hubo gritos ni desesperación. Solo un murmullo que subía al cielo y una paz profunda que llenó la habitación.
Según relató Gonzalo Belloso, presidente de Rosario Central y amigo cercano, las últimas horas del último técnico de Boca Juniors fueron un verdadero acto de fe. Su esposa, sus hijos, amigos y un sacerdote estaban junto a él. “El cura dijo unas palabras muy lindas sobre cómo es el paso al cielo —recordó Belloso—. Y cuando se terminó de rezar el Padre Nuestro, ahí falleció Miguel. Fue una cosa única, privada, pero llena de luz”.

EL GOL MÁS IMPORTANTE DE SU VIDA
A los 69 años, tras una larga batalla contra el cáncer, el múltiple campeón como futbolista con Estudiantes de La Plata demostró que la grandeza no se mide en títulos sino en la forma de partir.
Su muerte, como su vida, fue una lección. En el fútbol dejó huellas imborrables; en la fe, un testimonio silencioso. El técnico que llevó a Boca, Vélez, Lanús, Estudiantes de La Plata, Millonarios y Rosario Central a la gloria, se despidió del mundo con un rezo, confiando su alma a Dios.

LA FE QUE VENCE AL MIEDO
En los días previos, quienes lo acompañaron aseguran que Miguel hablaba poco, pero con serenidad. Sabía que el partido final se acercaba. “Estaba en paz, aceptando lo que venía”, contó un allegado.
La enfermedad lo golpeó, pero nunca le quitó la fe. Y en ese último suspiro, el fútbol —tan lleno de ruido— se detuvo ante el silencio de un hombre que entendió que la vida también se gana arrodillado.

UNA DESPEDIDA CELESTIAL
Cuando el sacerdote levantó la mano para bendecirlo, el aire pareció detenerse. Las lágrimas se mezclaron con las oraciones. Nadie gritó gol, pero todos sintieron que Miguel había ganado el partido más difícil: el del alma. Murió tomado de la mano de su esposa, mirando al cielo invisible de la fe.
Dicen que cuando un justo muere, el cielo se abre. Y ese día, en una casa de Buenos Aires, el entrenador que tantas veces habló de esfuerzo, humildad y amor, cruzó la línea final. No hacia una cancha… sino hacia la eternidad.
Porque para Miguel Russo, el último pitazo no fue el final, sino el comienzo de un nuevo campeonato: el de la vida eterna.
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