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El Cura que Venció a los Narcos con una Cruz de Madera

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 7 ago
  • 3 Min. de lectura
Le ofrecieron millones para callar. Lo amenazaron de muerte. Pero este sacerdote eligió vivir —y si fuera necesario, morir— con una cruz de madera en la mano. La fe lo hizo invencible frente al narcotráfico más sangriento de América.
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Padres Pedro Pantoja (izq.) y José Alejandro Solalinde, símbolos de fe y valentía frente a las amenazas del narcotráfico en México. (Fotografía: Archivo)

Le ofrecieron millones para callar… pero eligió morir antes que traicionar su fe.En un continente marcado por la violencia y la impunidad, un puñado de sacerdotes decidió enfrentar al poder más temido: el narcotráfico. Sin armas, sin escoltas, sin protección. Solo con una cruz de madera y la certeza de que Dios estaba de su lado.







EL AMENAZADO QUE NO SE CALLÓ

Era de noche en una parroquia polvorienta, a pocos metros de una ruta controlada por el cartel local. Un hombre con el rostro cubierto y un maletín lleno de billetes se acercó al despacho parroquial.


“Padre, esto es para usted… pero deje de hablar”, susurró el malviviente. El sacerdote lo miró a los ojos, empujó el maletín con la mano y respondió: “Prefiero morir pobre que vivir traicionando el Evangelio”.


Aquella frase lo condenó. Y lo convirtió en leyenda.

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DOS NOMBRES, UN MISMO CAMINO

En México, el padre Pedro Pantoja abrió las puertas de su iglesia a migrantes que huían de la violencia. Denunció secuestros, extorsiones y asesinatos… y por eso recibió más de 50 amenazas de muerte. Su única protección: una cruz de madera colgada al cuello y la certeza de que “la justicia de Dios llega, aunque tarde”. Murió en 2020 por causa del COVID-19.


El padre José Alejandro Solalinde, también mexicano, se hizo conocido como “el pastor de los migrantes”. Los narcos le ofrecieron millones para que dejara de hablar. Él rechazó todo. Vive escoltado, pero sigue denunciando, diciendo que “quien calla ante el mal, se convierte en cómplice”.


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Un sacerdote rechaza un maletín lleno de dinero ofrecido por un emisario del narcotráfico, eligiendo la fidelidad al Evangelio por encima de su vida. (Fotografía: Ilustración artística)
CUANDO LA CRUZ ES MÁS FUERTE QUE LA PISTOLA

Estos sacerdotes no son superhéroes ni buscan fama. Saben que cada misa, cada homilía, puede ser la última. En países donde una bala cuesta menos que una hogaza de pan, levantar la voz contra el narcotráfico es un acto de fe y de locura.


Sin embargo, su arma es otra: la palabra de Dios. No usan chalecos antibalas; usan sotanas gastadas. No llevan rifles; llevan rosarios. Y cada vez que enfrentan a un sicario, se juegan no solo la vida, sino la de toda su comunidad.



EL PRECIO DE DECIR LA VERDAD

La historia está llena de mártires que enfrentaron el poder. Estos curas modernos cargan con el mismo destino: vivir bajo amenaza constante. Algunos tuvieron que celebrar misa mientras un francotirador los apuntaba. Otros encontraron mensajes escritos con sangre en las puertas de sus iglesias. Pero todos comparten una certeza: si callaran, el mal ganaría.

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UNA LECCIÓN PARA UN CONTINENTE HERIDO

En México, Colombia, Paraguay o Argentina, la violencia del narcotráfico no se combate solo con policías y soldados. Se combate con educación, con esperanza, con fe. Y ahí es donde estos sacerdotes se vuelven imprescindibles: rescatan almas antes de que el crimen las devore.


Ellos no solo predican en templos. Van a cárceles, a calles olvidadas, a pueblos donde el Estado nunca llega, a barrios populares. Y allí levantan su cruz de madera como bandera.


Uno de ellos, amenazado por tercera vez en un mes, lo dijo sin titubear: “Si me matan, que sea en el altar. Porque moriré de pie, como viví: sirviendo a Cristo”.


Esa frase se convirtió en consigna. Porque, aunque intenten silenciarlos, sus voces resuenan más fuerte que nunca.



NO LES PUDIERON COMPRAR

Le ofrecieron millones. Le prometieron lujos. Le garantizaron seguridad. Pero para ellos, la única seguridad está en Dios. Y el único lujo es llegar al Cielo con las manos limpias.


Hoy, mientras otros se esconden, ellos siguen caminando entre la pobreza y la violencia, sembrando fe donde parece imposible.


Son la prueba viviente de que, incluso en la oscuridad más profunda, una cruz de madera puede brillar más que todo el oro del mundo.


Este no es solo un relato. Es un llamado a no callar ante el mal, aunque el precio sea alto.



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