top of page

El Beato Errante Que Se Castigaba Caminando Descalzo

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 19 abr
  • 4 Min. de lectura
Nunca se detuvo: caminó por años, descalzo, hambriento y arrepentido… No buscaba fama ni poder. No hablaba mucho. No escribía libros. Solo caminaba. Descalzo. Bajo el frío, la lluvia, el barro. Recorrió Europa como un mendigo sin casa, sin techo y sin descanso. ¿Su objetivo? Expiar sus pecados. Redimirse caminando. Esta es la historia increíble de Bernardo Penitente, el hombre que eligió el castigo del camino para alcanzar el cielo.
Bernardo Penitente
Bernardo Penitente eligió el destierro para expiar los pecados de su juventud . Descalzo, sólo vestido con un hábito pobre y comiendo con parquedad, peregrinó incesantemente visitando santos lugares.

Poco se sabe con certeza sobre su juventud. Algunos dicen que fue noble. Otros, que fue soldado. Lo cierto es que Bernardo había pecado gravemente, y su conciencia no le daba tregua.


Los registros narran que de joven cometió actos de los que se arrepintió toda su vida, pero jamás se confesó públicamente. Porque su confesión fue otra: su vida entera.


Un día abandonó su hogar. Se vistió con un hábito de lana basta. Tiró sus zapatos. Y no volvió nunca más.

“No merezco descanso”, habría dicho al partir.“Caminaré hasta que el Señor me diga que ya es suficiente.”
Pedro Kriskovich
EL PEREGRINO SIN DESTINO

No iba a Roma. No iba a Jerusalén. No iba a Santiago. Bernardo no tenía un destino.

Caminaba de abadía en abadía, de aldea en aldea, de monasterio en monasterio, pidiendo hospedaje por una noche y partiendo al amanecer.


Nunca aceptaba comida abundante. Dormía en el suelo. Oraba en silencio. Y siempre andaba descalzo, incluso bajo la nieve.


Se convirtió en una figura enigmática. Los campesinos decían que tenía “pies de hierro” y que su mirada hacía llorar hasta a los animales.


Bernardo el Penitente


PAN DIRO, AGUA FRÍA Y PENITENCIA PERPETUA

Comía pan duro. Nada de vino. No tocaba carne. Se alimentaba apenas lo suficiente para no caer muerto. Decía que el cuerpo debía callar para que el alma hablara.


Cuando le ofrecían descanso, respondía:

“Mis pecados no duermen. Yo tampoco lo haré.”

Y si alguna vez alguien lo abrazaba, lloraba desconsoladamente.


Los monjes que lo recibieron en el monasterio de Saint-Bertín (Francia) aseguraban que no hablaba de otra cosa que de la misericordia de Dios. No criticaba a nadie. Y si veía un arroyo, se metía en él para rezar.

Casa Betania
EL INVIERNO DE SU ALMA

En una ocasión, pasó por Thérouanne durante el invierno más crudo del siglo. La nieve cubría hasta las puertas. Los lobos bajaban de los bosques. Nadie salía.


Pero Bernardo entró a la ciudad con los pies sangrando. Llevaba una capa rota y el rostro morado por el viento. No pidió comida. Solo agua bendita.

“¿Por qué hacés esto?”, le preguntó un monje.“Porque Cristo caminó al Calvario. Yo solo sigo sus pasos.”

Se quedó esa noche en la abadía. Y al día siguiente, sin avisar, se marchó en la madrugada, dejando solo una huella congelada en la puerta.


beato peregrino


EL CUERPO QUE SANGRABA Y EL ALMA QUE SANABA

Los que lo conocieron aseguran que tenía llagas en los pies que nunca cerraban. Pero jamás se quejaba ni pedía ayuda. Decía que cada herida era una deuda que se iba pagando.


Y lo más misterioso: los niños se le acercaban sin miedo. Los animales lo seguían en silencio.

Cierta vez, un joven intentó curarle una herida. Bernardo sonrió con ternura y dijo:

“No me quites lo único que le puedo ofrecer a Dios.”
GIN
SU MUERTE FUE TAN SIMPLE COMO SU VIDA

Murió en el monasterio de Saint-Bertín. No dejó libros, ni reliquias, ni sermones. Solo un bastón desgastado, un hábito raído y una historia que sigue caminando por siglos.


Los monjes no sabían si enterrarlo como santo o como loco. Pero uno de ellos, anciano, dijo:

“Lo enterramos como peregrino. Porque aún no ha llegado a su destino.”

Desde entonces, su tumba es visitada por los que no pueden perdonarse, los que necesitan volver a empezar, los que sienten que su alma está cansada y su corazón, descalzo.


Abadia
San Bertin fue una antigua abadía benedictina medieval francesa, hoy en ruinas, fundada en el siglo VII por el obispo de Thérouanne en Saint-Omer, donde se encuentra la tumba del beato.
LA PENITENCIA QUE DESAFÍA AL MUNDO MODERNO

Hoy, en una época de confort, de zapatillas acolchadas, de caminos asfaltados y almas anestesiadas, el ejemplo del beato Bernardo duele.


No solo por su crudeza. Sino porque nos obliga a preguntarnos:

—¿Qué estoy haciendo por reparar mis errores?

—¿Cuándo fue la última vez que me callé para escuchar?

—¿Caminaría descalzo aunque nadie me viera?


La penitencia de Bernardo no era para que el mundo la aplaudiera. Era para que su alma no se perdiera.



¿QUÉ NOS DICE HOY BERNARDO?

Nos dice que se puede pedir perdón sin palabras. Nos dice que la vergüenza no es enemiga del amor, sino su puerta de entrada. Nos dice que el cuerpo puede doler sin destruirnos, y que el silencio puede sanar más que mil consejos.


Y sobre todo, nos recuerda que caminar puede ser oración.

Mariano Mercado
UNA ORACIÓN QUE QUEDO GRABADA

Uno de los pocos textos que dejó, escrito por otro monje que lo escuchó murmurar, dice así:

Señor, que mis pasos borren las huellas del pecado. Que el frío me abrace donde tu fuego no llega. Que mi carne se canse y mi alma despierte. Que el polvo me recuerde que soy barro… y esperanza.


CAMINAR HACÍA EL PERDÓN, HACÍA DIOS

No todos estamos llamados a caminar descalzos. Pero todos estamos llamados a no caminar dormidos.


El Beato Bernardo no fue teólogo. No fue mártir. No fue fundador de órdenes. Pero fue testigo de lo que ocurre cuando el dolor se transforma en ofrenda.


Y ese testimonio —sin palabras, sin redes, sin cámaras—vale más que cualquier discurso.

Comentarios


bottom of page