top of page

Veinte años sin el gigante de Dios

  • Foto del escritor: Pedro Kriskovich
    Pedro Kriskovich
  • 2 abr
  • 3 Min. de lectura
A dos décadas de la muerte de san Juan Pablo II, su figura vuelve a interpelar al mundo con la fuerza de un profeta, el coraje de un pastor y el fuego de un corazón enamorado de Cristo. ¿Qué hicimos con su legado? ¿Qué nos diría hoy, desde la eternidad?
San Juan Pablo II
El "Papa peregrino" visitó 129 países en sus 26 años de pontificado.

Por Pedro Kriskovich


El 2 de abril de 2005 el mundo enmudeció. El reloj marcaba las 21:37 en Roma cuando Karol Wojtyła, el Papa que cambió la historia, cerró los ojos en esta tierra para abrirlos en la eternidad. Pasaron 20 años. Veinte calendarios que no borraron su huella, sino que la hicieron más profunda. Hoy, en pleno 2025, los jóvenes de 20 años —nacidos quizás cuando san Juan Pablo ya agonizaba— se preguntan con extrañeza quién fue ese hombre al que multitudes llamaron "el gigante de Dios".


Fue un revolucionario espiritual. Un líder moral en tiempos de confusión. Un testigo de esperanza.

¿Cómo narrarles que su voz retumbaba en estadios y plazas, pero también en las conciencias de líderes mundiales? ¿Cómo explicar que, en tiempos de torres derrumbadas y guerras sin sentido, se alzó como un faro? Que supo decir, sin titubeos, que el mal no tendría la última palabra. Que proclamó con vehemencia: “¡Nunca más la guerra, aventura sin retorno!”

 

Pocos pontífices vivieron tan intensamente la vocación universal. Juan Pablo II fue el hombre que no conoció fronteras. Recorrió 129 países y 1.160.000 kilómetros, cifra superior a tres vueltas a la Tierra.

 

En cada rincón sembró paz, esperanza y una sonrisa que desarmaba ideologías. Fue el primer Papa que pisó una sinagoga, una mezquita y el Muro de los Lamentos. En tiempos de muros y odios, él construía puentes.

Kriskovich
El defensor de la vida y la familia

En 1994, durante el Año Internacional de la Familia, el Papa polaco se alzó como la voz de los sin voz. En la ONU defendió el derecho a la vida desde la concepción y advirtió contra la cultura del descarte. Fue un defensor incansable de la familia como núcleo sagrado de la sociedad y antídoto ante las fracturas del mundo moderno.



Juan Pablo II

El Papa de los jóvenes

Nadie como él supo hablarle a la juventud. En 1984 inauguró la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo primer encuentro masivo fue en 1987 en Buenos Aires. Desde entonces, millones lo reconocieron como un padre que entendía sus anhelos y sus heridas. Les pedía lo imposible: “No tengan miedo”, “¡Sean santos!” Y lo decían convencidos: somos la generación de Juan Pablo II.

 


Un hombre herido que eligió amar

Su vida no fue una sucesión de triunfos, sino una epopeya marcada por la pérdida. A los nueve años, la muerte le arrancó a su madre. A los doce, se despidió de su hermano. Y a los veinte, halló sin vida a su padre, rezando con el rosario en la mano. Quedó solo. Pero no desesperó: abrazó el sufrimiento, lo transfiguró, y lo convirtió en un lenguaje universal de amor.

 


Un actor de Dios, un pastor para el mundo

Antes de ser Papa, fue poeta, dramaturgo, obrero, estudiante clandestino y sacerdote en tiempos de guerra. Actor de teatro, transformó los escenarios en altares y las palabras en plegarias. Su alma artística moldeó un pontificado que fue, también, un acto de belleza y entrega.

 


La pasión por el ser humano

Desde su primera encíclica Redemptor Hominis hasta sus últimos escritos, su mensaje fue claro: el hombre es el camino de la Iglesia. Cada doctrina, cada gesto, cada viaje tenía un mismo pulso: el rostro humano de Cristo y la dignidad irrepetible de cada vida. Lo dijo con fuerza: quien encuentra a Cristo, se descubre a sí mismo.



Un pontífice que transformó el siglo

Juan Pablo II no sólo sobrevivió a un atentado. No sólo pidió perdón por los pecados de la Iglesia. No sólo ayudó a derribar el Muro de Berlín. Fue mucho más. Fue un revolucionario espiritual. Un líder moral en tiempos de confusión. Un testigo de esperanza.

 

Veinte años después, su tumba en la basílica de San Pedro sigue siendo destino de peregrinación. Jóvenes y ancianos, creyentes y no creyentes, se detienen ante su epitafio: Totus Tuus. Todo tuyo, María. Esa fue su divisa. Y hoy, más que nunca, su vida sigue siendo luz en la penumbra del mundo.

Comments


bottom of page