Nació en una familia cristiana, de adolescente cometió un crimen, se arrepintió, fue condenado a la pena de muerte y hoy es siervo de Dios.
Jacques Fesch (centro) arrestado luego de robar un comercio y asesinar un policía.
En una sociedad en el que muchas veces predomina el odio y la venganza ante un acto aberrante como un crimen, el perdón queda en el olvido para las víctimas y sus familiares.
La acción de perdonar, demostrar amor ante el arrepentimiento genuino de otra persona —que no significa que no cumpla con la pena que la ley le imponga por el delito cometido— es un ejercicio y una actitud ante la vida que se debe practicar para impedir que los resentimientos permitan tener paz interior.
Por ser creaturas del Señor estamos a su imagen y semejanza, lo que lleva a que debemos llegar al perdón con los demás, tal como lo hace Él con el ser humano. Esa misericordia Divina que mostró con el criminal Jacques Fesch, un asesino que se podría ser santo.
ASALTO Y MUERTE
Las tapas de los diarios parisinos de 1954 amanecieron en la fría mañana del 26 de febrero con el enunciado de la detención de un joven delincuente que robó un comercio y al intentar huir mató a un policía que lo perseguía.
Fesch fue trasladado a la cárcel de Santé y en 1957 condenado a la pena capital por el Tribunal francés.
Imágenes tomadas para el prontuario.
HOMBRE DE RAÍCES CRISTIANAS
Jacques nació el 6 de abril de 1930 en el seno de una familia cristiana de clase media que le brindó una educación católica, pero que en su adolescencia se alejó de la religión.
Sus padres querían que siguiera la profesión de su papá en el banco, pero a él no le interesó, sirvió al ejército y a los 20 años contrajo matrimonio civil con una joven de origen judío, quienes tuvieron una hija, Verónica. Luego Jacques tuvo un hijo con otra mujer.
Fesch se separó de su primera esposa, decidió emprender un viaje con la excusa de que no le encontraba sentido a su vida, pero tuvo la dificultad que no contaba con dinero y sus padres se negaron a ayudarlo.
Para conseguir dinero se le ocurrió robar un comercio, pero la situación se escapó de control y terminó preso.
CAMINO A LA REDENCIÓN
En la penitenciaría un capellán visitaba diariamente a Jacques, pero este se mostraba indiferente a la sentencia que tenía y afirmaba no tener fe.
Dar el paso hacía la sanación espiritual no lo logró solo, lo hizo con la ayuda de su abogado de convicciones católicas que hasta último momento trato de salvarle la vida, y del sacerdote que, respetando la incredulidad de Jacques, siempre lo visitó y leyó la Sagrada Escritura. Además, también disfrutó de la amistad y oraciones de un antiguo amigo de la escuela, que ahora era religioso, con quien se comunicaba por cartas.
En la cárcel.
La conversión no fue de la noche a la mañana sino un proceso en el que una jornada el protagonista sintió un “dolor emocional muy fuerte”, según narró, que lo obligó a revisar sus conceptos porque “ya no estaba seguro de la inexistencia de Dios, me volvía receptivo, pero sin tener fe”.
El reo indicó que al cabo de un año en el que sufrió mucho interiormente, sintió “la fe y una certeza absoluta” de la existencia de Dios.
DIOS EN JACQUES
Fesch relató, en una de sus cartas a su amigo religioso, que se sentía invadido por la gracia Divina, lo que lo llevó a tener “una gran paz”.
En ese proceso se preparó para recibir la primera Comunión que la sintió con la presencia absoluta de Cristo en él.
Luego de ese acontecimiento, en una misiva escribió: “ahora estoy realmente seguro de que empiezo a vivir por primera vez. Tengo paz y sentido en la vida, mientras que antes era solo un no-muerto”.
ARREPENTIMIENTO
En ese camino hacía el Señor llegó el reconocimiento de sus errores y un profundo arrepentimiento.
En otro de sus textos volcó todo el dolor por errores y daños causó a terceros: “la muerte de un hombre, la infelicidad de una mujer y una niña, dos niños que van a sufrir, un huérfano. ¡Cuánto daño podría hacer a mi alrededor, por mi egoísmo e inconsciencia!”. También le agradeció al Señor por el amor que le dio “sin que yo hubiera hecho nada para merecerlo”.
Sabía que su destino inexorable era la muerte, pero estaba dispuesto a aceptarla con amor y confianza en Dios. En esa conversión trató de acercar a su primera esposa a Jesús.
MIEDO Y CONFIANZA
Faltaba un día para su ejecución. En la noche previa esperó en paz su muerte cristiana que la confió a Cristo, a quien lo tuvo en frente en un crucifijo y observó sus heridas, según narró en la última misiva.
A medida que se acercaba el momento decisivo la angustia lo penetraba, a la que calificó de asquerosa, y solo volvió a encontrar la tranquilidad en su pedido de yuda a la Virgen María. “Jesús prometió llevarme de inmediato al paraíso… Señor mío y Dios mío, te veré cara a cara”, confesó en una de sus últimas frases.
Jacques estuvo orando en su celda hasta las 5.30 cuando la policía lo fue a recoger. Esa jornada del 1 de octubre de 1957 por última vez recibió la absolución del capellán y comulgó. Luego fue guillotinado.
En 1993 el cardenal Jean Marie Lustiger abrió la causa de beatificación y ahora es siervo de Dios, primer paso a la canonización.
Ya lo decía Alma Fuerte en los “Siete sonetos medicinales”: “Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte”. Jacques se arrepintió y la misericordia de Dios lo abrazo.
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