"Necesitamos reconocer que hay un Dios único y verdadero", asegura el padre Rafael de Tomás Ferrer en su reflexión de la primera lectura del hoy (2 Re. 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36).
En aquellos días, Senaquerib, rey de Asiria, envió mensajeros a Ezequías a decirle:
«Así hablaréis a Ezequías, rey de Judá: “Que tu Dios, en el que confías, no te engañe diciendo: ‘Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria’. Tú mismo has oído cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países entregándolos al anatema, ¿y vas a librarte tú solo?”».
Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Subió al templo del Señor y abrió la carta ante el Señor. Y elevó esta plegaria ante él: «Señor, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: Tú solo eres el Dios para todos los reinos de la tierra.
Tú formaste los cielos y la tierra.
Inunda tu oído, Señor, y escucha!
¡Abre tus ojos, Señor, y mira!
Escucha las palabras de Senaquerib enviadas para insulto del Dios vivo.
Es verdad, Señor, los reyes asirios han exterminado las naciones, han arrojado sus dioses al fuego y los han destruido.
"El celo del Señor del universo lo realizará."
Pero no eran dioses, sino hechura de mano humana, de piedra, de madera.
Pero ahora, Señor, Dios nuestro, líbranos de sus manos y sepan todos los reinos de la tierra que solo tú eres Señor Dios».
Entonces Isaías, hijo de Amós, envió a Ezequías este mensaje: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria”.
Esta es la palabra que el Señor pronuncia contra él: “Te desprecia, se burla de ti la doncella, hija de Sion, menea la cabeza a tu espalda la hija de Jerusalén.
Ha de brotar de Jerusalén un resto, y supervivientes del monte Sion.
El celo del Señor del universo lo realizará.
Por eso, esto dice el Señor acerca del rey de Asiria: ‘No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella ni una flecha, no avanzará contra ella con escudos, ni levantará una rampa contra ella.
Regresará por el camino por donde vino y no entrará en esta ciudad —palabra del Señor—.
Yo haré de escudo a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo’”».
Aquella misma noche el ángel del Señor avanzó y golpeó en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres.
Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y regresó a Nínive, quedándose allí.
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