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LOS PAPAS QUE LLORARON ANTES DE SERLO

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 6 may
  • 3 Min. de lectura
No todos quisieron ser Papa. Algunos temblaron. Otros lloraron. Y hubo quien escapó antes de aceptar la corona de espinas.
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Algunos cardenales dudaron de aceptar el trono de Pedro, pero el Espíritu Santo los fortaleció.

Mañana, las puertas de la Capilla Sixtina se cerrarán y el mundo contendrá el aliento. Pero antes de que el humo blanco anuncie al nuevo Papa, vale la pena recordar que no todos los elegidos lo recibieron con aplausos. Algunos temblaron. Otros lloraron. Y hubo quien incluso huyó. Este es el lado oculto del cónclave: el de las lágrimas, el miedo y la carga espiritual que desborda incluso a los hombres más santos.


Giuseppe Sarto, patriarca de Venecia, no imaginaba que su vida cambiaría para siempre el 4 de agosto de 1903. Cuando el cónclave lo señaló como elegido, se dice que el futuro Pío X se echó a llorar amargamente. Miró al cardenal decano y dijo: “¡No, por favor! Hay hombres más capaces que yo. No soy digno”.


Los cardenales lo consolaron. Le recordaron que la elección no venía de ellos, sino del Espíritu Santo. Y entonces, entre lágrimas, Sarto aceptó. En sus primeras palabras como Papa dijo: Acepto esta misión como una cruz. Que Dios me ayude a llevarla”.

Pedro Kriskovich
EL RECHAZO DE SAN FELIPE BENICIO

Mucho antes de que existiera el sistema actual de cónclave, en el siglo XIII, san Felipe Benicio, superior general de los Siervos de María, fue elegido para suceder a Clemente IV. Pero al enterarse de su elección, huyó a la montaña para evitar ser encontrado. Cuando finalmente lo hallaron, declaró que no podía aceptar. Su humildad era tal que creía que no estaría a la altura del trono de Pedro. La historia lo recuerda como el santo que rechazó el papado. Fue beatificado y canonizado tiempo después.


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San Felipe Benicio rechazó el papado por no sentirse digno.
LOS QUE ACEPTARON... ENTRE LÁGRIMAS, MIEDO Y TEMBLORES

No todos huyeron. Algunos aceptaron, sí, pero con el alma estremecida. Con el rostro pálido. Con el corazón temblando ante el peso de la cruz que se les imponía. Y aunque sus nombres hoy brillan en el santoral, todos supieron que la elección papal no es una coronación, sino una crucifixión simbólica. Estas son las historias de santos que aceptaron... con temor sagrado.


🙏 San Gregorio Magno (590–604): Cuando supo que lo habían elegido, intentó huir de Roma disfrazado de monje. Rogó a Dios que se anulara la decisión. No quería ser Papa. Pero el pueblo lo descubrió y fue capturado por soldados que lo obligaron a regresar. Aceptó llorando. Y cambió la historia de la Iglesia para siempre.


😔 San Celestino V (1294): Un ermitaño casi desconocido, que vivía entre ayunos y oración. Fue llamado a ser Papa y aceptó con gran temor. Pero la carga fue demasiado pesada: renunció cinco meses después. La Iglesia no lo condenó. Lo canonizó. Y siglos más tarde, su gesto de humildad inspiró a otro Papa cansado: Benedicto XVI.


😓 San León el Grande (440–461): Aunque no hay registros de una negativa explícita, sus propios sermones revelan un temor profundo. Su voz temblaba cuando hablaba del peso del ministerio petrino. Aun así, lo aceptó. Y se convirtió en uno de los más grandes pastores de la historia cristiana.

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EL SUSURRO DE WOJTYLA

En 1978, tras la muerte repentina de Juan Pablo I, el mundo no esperaba un nuevo Papa polaco. Karol Wojtyła, arzobispo de Cracovia, fue elegido en un momento de sorpresa. Y también él dudó. Se cuenta que, al escuchar su nombre, susurró: "Que se haga Tu voluntad". Durante su primer discurso, se mostró profundamente conmovido. El mundo presenció el rostro de un hombre que temblaba por la carga que recibía.

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¿SE PUEDE DECIR QUE NO?

La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis prevé que, antes de proclamar al nuevo Papa, se le haga la doble pregunta clave: “¡Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?” y “¡Con qué nombre deseas ser llamado?”. Es en ese momento cuando, teóricamente, un cardenal podría negarse. Aunque hoy resulta casi imposible: todos los caminos que llevan al cónclave suelen preparar el corazón del elegido.

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EL PESO DE UNA ELECCIÓN DIVINA

Ser Papa no es un ascenso. Es una oblación. Lo sabían quienes lloraron antes de vestir el blanco. Lo intuía quien huyó. Y lo confirman los gestos de quienes, en silencio o con lágrimas, dijeron sí.


Mientras el mundo espera al nuevo Papa, no olvidemos que, antes de la gloria, hay un Getsemaní en el alma de cada elegido. Y que la verdadera grandeza no está en aceptar el poder, sino en abrazar la cruz.

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