top of page

Héroes Olvidados: Capellanes en Malvinas

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 2 abr
  • 6 Min. de lectura
A 43 años de la Guerra de Malvinas, una historia pocas veces contada vuelve a emerger desde las trincheras de la memoria: el testimonio silencioso, heroico y profundamente cristiano de los capellanes de guerra. Entre balas y rezos, estos hombres de fe sostuvieron espiritualmente a cientos de jóvenes soldados, en la crudeza de la muerte y la esperanza de la resurrección.
Guerra de Malvinas
En medio de la guerra, los capellanes llevaban consuelo y paz al alma de los soldados.

Mientras las bombas caían en las islas y el frío mordía la piel de los jóvenes soldados argentinos, había una presencia serena y firme que caminaba entre ellos con un crucifijo en el pecho y un rosario en la mano. No llevaban armas, pero portaban un poder diferente: el consuelo espiritual. Eran los capellanes castrenses, figuras clave y casi invisibles en la narrativa de Malvinas.


Muchos soldados recuerdan que, en los momentos más duros, quienes estaban allí para escuchar sus temores, ayudarlos a rezar o darles la unción cuando todo parecía perdido, no eran oficiales ni médicos, sino sacerdotes.


Padre Fernández

Uno de los testimonios más conocidos es el del padre José Fernández (foto, arriba), quien celebraba misas en refugios improvisados y confesaba a decenas de soldados en medio del barro. “Yo no estaba ahí para hablar de política ni de estrategia militar. Estaba para acompañarlos a no tener miedo a morir”, diría años después el presbítero fallecido en abril de 2008.

Kriskovich
Una cruz en las trincheras

El 2 de abril de 1982 comenzó el conflicto bélico entre Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas. Durante 74 días, más de 23.000 soldados argentinos estuvieron desplegados en las islas. Entre ellos, 22 capellanes militares acompañaron a las tropas. Si bien no portaban armas, su presencia fue clave en el frente de batalla.


Misa en Malvinas
El padre Vicente Martínez Torrens oficiando misa en las Islas Malvinas, en medio del conflicto bélico.

Los capellanes oficiaban misas, confesaban, daban la unción de los enfermos, alentaban en medio del dolor, lloraban con los soldados y hasta ayudaban en las tareas sanitarias. Dormían en las mismas condiciones que los soldados, comían lo mismo y, en más de una ocasión, arriesgaron la vida en plena línea de fuego.


En un contexto donde muchos adolescentes de 18 años veían por primera vez la cercanía de la muerte, la figura de un sacerdote les recordaba que no estaban solos y que su sufrimiento tenía un sentido trascendente.

GIN
Presencia en el campo de batalla

El primer capellán en arribar a Malvinas fue el padre Ángel Maffezini (1926-2021) , quien llegó el 2 de abril de 1982 y permaneció hasta junio, cuando regresó al continente debido al fallecimiento de su padre. Su labor fue fundamental en los momentos iniciales del conflicto, brindando apoyo espiritual a las tropas recién desembarcadas.


Malvinas

Otro destacado fue el presbítero Vicente Martínez Torrens (foto, arriba), salesiano de 42 años en aquel momento, que llegó a las islas el 3 de abril y permaneció hasta el 19 de junio. Durante su estadía, celebró misas diarias, incluso en medio de bombardeos, y organizó procesiones con la imagen de la Virgen de Luján, buscando infundir esperanza y fortaleza en los combatientes


Martínez Torrens relató que, en una ocasión, mientras se desarrollaba una procesión, fueron atacados por aviones enemigos, pero milagrosamente no hubo bajas en su posición. ​

Casa Betania
Diversidad religiosa en el frente

La atención espiritual no se limitó al credo católico. Reconociendo la diversidad religiosa de las tropas, las autoridades militares designaron a cinco rabinos como capellanes para asistir a los soldados judíos


Rabino en Malvinas

Entre ellos se encontraba el rabino Baruj Plavnick, discípulo del reconocido defensor de derechos humanos Marshall Meyer. Estos líderes religiosos se desplegaron en ciudades del sur argentino como Comodoro Rivadavia, Trelew y Río Gallegos, brindando apoyo a los conscriptos de fe judía. ​



El dominico que se embarcó con la fe y la patria

En los días más oscuros de la Guerra de Malvinas, entre el frío, el barro y el miedo de los soldados argentinos, hubo una figura silenciosa que caminaba entre ellos, escuchando, abrazando, rezando: el padre Domingo Rènaudiere de Paulis, sacerdote dominico que se ofreció voluntariamente para acompañar espiritualmente a las tropas.


Nacido en Buenos Aires en 1936, ingresó a la Orden de Predicadores (dominicos) en su juventud. Con una profunda vocación de servicio, se formó en filosofía y teología, y fue ordenado sacerdote en 1962. Hombre de intensa vida espiritual y sencillo carisma, se destacó por su cercanía con los jóvenes, su claridad en la predicación y su compromiso con el Evangelio.


Malvinas
El padre Domingo Rènaudiere de Paulis (primero de izq. a der.), junto al arzobispo emérito de La Plata Héctor Rubén Aguer.

Cuando se desató el conflicto en 1982, no dudó en ofrecerse como capellán voluntario. Viajó al sur con la convicción de que su presencia podía ser luz en medio de la tragedia. Acompañó a los soldados en Comodoro Rivadavia, Puerto Belgrano y otras bases de apoyo logístico. No portaba armas, sino el rosario. No gritaba órdenes, sino que susurraba oraciones.


Celebraba misa en improvisados altares hechos con cajas de municiones, escuchaba confesiones entre camiones, daba la unción a los heridos, lloraba con los que esperaban noticias de sus compañeros. Para muchos soldados, fue una presencia paterna, un rostro de Cristo en la trinchera.


Tras el final de la guerra, regresó a Buenos Aires y continuó su labor como predicador, acompañante espiritual y formador de religiosos. Jamás buscó reconocimiento por su servicio en Malvinas. "Fui a hacer lo que debía: estar con mis hermanos en el momento más difícil", repetía con humildad.


Su legado perdura entre los veteranos que lo recuerdan con gratitud y emoción. Hoy, en cada misa de campaña, en cada cruz en el cementerio de Darwin, su nombre resuena silenciosamente, como un eco de fe, patria y servicio.


Un verdadero pastor en tiempos de guerra. Un sacerdote que se hizo presente cuando más se lo necesitaba. Un testigo del amor de Dios en medio del horror humano.

Mariano Mercado
La fe bajo fuego: misas, confesiones y esperanza

Con una sotana en lugar de un fusil, los capellanes no portaban armas, pero estaban en primera línea. Su “arma” era el crucifijo, la oración, la escucha paciente, la eucaristía celebrada en improvisados altares en medio del barro, el frío y el miedo. Algunos soldados relatan que, a pesar de las balas silbando por el aire y las explosiones a lo lejos, el capellán aparecía para bendecir, escuchar confesiones o simplemente compartir un mate. Su sola presencia era para muchos el símbolo de que Dios no los había abandonado.


El padre Vicente Martínez Torrens, capellán del Regimiento 4 de Infantería, escribió años más tarde: No fui a combatir. Fui a compartir. No fui a dar órdenes. Fui a escuchar. No fui a juzgar. Fui a abrazar”. En esa frase resuena la esencia del rol pastoral durante la guerra: ser presencia amorosa de Cristo donde reinaba el espanto.



El rostro cristiano del servicio

Aún hoy, muchos excombatientes mantienen contacto con sus capellanes. Algunos afirman que fue gracias a ellos que no perdieron la fe o incluso que la recuperaron. El testimonio de estos sacerdotes fue para muchos más efectivo que cualquier sermón desde el púlpito: eran presencia viva de una Iglesia que no abandona.


Malvinas

Los valores del Evangelio —el amor al prójimo, el perdón, la fraternidad, el servicio— se vivieron en condiciones extremas. La figura del “buen samaritano” tomó forma entre las trincheras: no pocos capellanes arriesgaron sus vidas para socorrer heridos, brindar los últimos sacramentos, o simplemente acompañar el dolor.


La labor de los capellanes en Malvinas trascendió la mera asistencia religiosa; se convirtieron en pilares emocionales y psicológicos para los soldados, ofreciendo consuelo en momentos de desesperanza y fortaleciendo la moral en circunstancias adversas. Su presencia reafirmó la importancia de la dimensión espiritual en contextos de conflicto, recordándonos que, incluso en la guerra, la fe puede ser un refugio y una fuente de resiliencia.​



Después del infierno: la pastoral del reencuentro

Concluida la guerra, muchos de estos sacerdotes continuaron su acompañamiento a los soldados. Algunos oficiaron misas por los caídos, visitaron familias de desaparecidos, crearon espacios de contención espiritual para los veteranos que, al regresar, no solo enfrentaron el trauma, sino el olvido.


Malvinas

Una de las heridas más profundas fue el silencio institucional que cayó sobre los excombatientes. Allí, otra vez, la Iglesia apareció: los capellanes se transformaron en puentes con las comunidades, en motores de memoria y en guardianes del sentido.


Malvinas

Reconocimiento pendiente

A pesar de su invaluable contribución, muchos de estos capellanes quedaron en el olvido colectivo. Sebastián Sánchez, autor del libro "El Altar y la Guerra. Los capellanes de la gesta de Malvinas", destacó que su labor fue históricamente invisibilizada, y aboga por un reconocimiento más amplio de su papel durante el conflicto.


Dios en la guerra

En este nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas, es esencial rendir homenaje no solo a quienes empuñaron armas, sino también a aquellos que, desde la fe y el compromiso espiritual, acompañaron y sostuvieron a los soldados en uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Los capellanes de Malvinas nos recuerdan que, incluso en tiempos de guerra, la humanidad y la compasión deben prevalecer.

Comentários


bottom of page