"Con qué cara le pedimos al Señor que nos ayude cuando nosotros no lo escuchamos", se recrimina el padre Rafael de Tomas Ferrer en su reflexión de la primera lectura de hoy (Is. 38, 1-6. 21-22. 7-8).
En aquellos días, el rey Ezequías enfermó mortalmente. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle: «Esto dice el Señor: “Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás ».
Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: «¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo que era recto a tus ojos».
Y el rey se deshizo en lágrimas.
"Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás."
Le llegó a Isaías una palabra del Señor en estos términos: «Ve y di a Ezequías: “Esto dice el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas. Añadiré otros quince años a tu vida y te libraré, a ti y a esta ciudad, de la mano del rey de Asiria y extenderé mi protección sobre esta ciudad”».
Isaías dijo: «Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la haga para que se cure».
Ezequías dijo: «¿Cuál es la prueba de que podré subir a la casa del Señor?».
Respondió Isaías: «La señal que el Señor te envía de que cumplirá lo prometido será esta:
Haré retroceder diez gradas la sombra en la escalera de Ajaz, que se había alargado por efecto del sol».
Y el sol retrocedió las diez gradas que había avanzado sobre la escalera.
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