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El Vino que Nació con la Patria y Hoy se Consagra en el Altar

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 25 may
  • 4 Min. de lectura
Antes de la patria, hubo una misa. Y antes del brindis revolucionario, hubo una copa consagrada. El vino argentino nació al pie de los altares, con nombre de santos y sabor a libertad. Esta es la historia que une a la fe con la tierra, y al altar con la patria.
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El vino, parte de la historia de la religión... y de la patria.

La historia de la Argentina nació entre debates de independencia, fervores revolucionarios y rezos escondidos. Pero hay un protagonista silente, rojo rubí y perfumado, que acompañó cada acto patrio, misa y brindis: el vino. Lo que muchos no saben es que ese líquido proveniente de la uva no solo está presente en las mesas argentinas, sino que fue parte vital del nacimiento espiritual y simbólico de la Nación. Y, como si fuera poco, está profundamente ligado a la fe.

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VINO Y ALTAR: UN MATRIMONIO ANCESTRAL

Desde los primeros días de la colonización, el vino fue esencial para la celebración de la misa. En cada rincón del virreinato del Río de la Plata, los misioneros jesuitas y franciscanos necesitaban vino para consagrar. Fue por eso que trajeron cepas europeas y comenzaron a cultivarlas en terrenos remotos, como los valles de Salta, Catamarca y Cuyo.


El vino, antes que patriótico, fue sagrado. El mismo vino que hoy se brinda en las fiestas, fue el que consagró cientos de eucaristías en capillas de adobe durante los siglos XVII y XVIII. Y fue en esas misas donde se rezaba por la libertad del pueblo mucho antes de que llegara el 25 de mayo.


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Vino, religión y libertad.
SAN FELIPE, SANTA FLORENCITA Y LOS VINOS CON NOMBRE DE SANTO

Con el paso del tiempo, algunas bodegas conservaron ese espíritu religioso. Vinos como San Felipe (de la histórica bodega La Rural) y Santa Florentina (elaborado por la Cooperativa La Riojana, en Famatina), mantienen nombres que recuerdan santos, beatos o advocaciones marianas.


Este último, por ejemplo, remite a una devoción popular que combina vino, fe y tierra. En cada cosecha, muchos productores hacen la "bendición de los frutos" pidiendo por intercesión mariana. En Famatina, la Virgen sigue siendo parte del proceso.

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EL VINO DE MISA: PURO, DULCE Y CONSAGRADO

Pocos saben que en Argentina existen vinos exclusivos para la liturgia, llamados vinos de misa. Son elaborados según normas estrictas del Derecho Canónico: deben ser naturales, sin adulteraciones, puros y de uvas seleccionadas.


Bodegas como San Juan de la Frontera, Don Bosco o incluso productores artesanales de Mendoza, abastecen a parroquias, capillas y monasterios.


Este vino no se comercializa libremente. Su destino es el altar. Y su significado, profundo: es el vino que se transforma en Sangre durante la consagración. Cada gota tiene valor eterno.


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Cada uno de estos toneles guarda secretos, historia y el vino que consagran muchos sacerdotes en templos de Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay.
DE LAS MISIONES AL BRINDIS PATRIO

Cuando la Revolución de Mayo estalló en Buenos Aires, el vino ya estaba presente en los rituales sociales y religiosos. Los brindis por la libertad no se hacían con agua. La aristocracia porteña brindaba con vino español, pero los criollos pronto empezaron a valorar el vino propio, el que venía de Mendoza, de Salta o de los Valles Calchaquíes.


Hay crónicas de la época que relatan cenas patrióticas donde se servía "vino tinto de la tierra" en jarros de barro. Se cantaban vidalas y se alzaban copas por la patria naciente. El vino, como la fe, fue parte del alma de Mayo.

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LUJÁN Y LA COPA PROMETIDA

Un detalle poco conocido: algunos excombatientes de la Independencia peregrinaron a pie hasta el Santuario de Luján para ofrecer un cáliz de plata y una copa de vino consagrada en agradecimiento por haber sobrevivido a la guerra.


Esas ofrendas estaban cargadas de símbolos: el cáliz representaba la eucaristía; el vino, la sangre derramada por la patria. Hoy, algunos de esos objetos se conservan en museos eclesiásticos o en colecciones privadas. Pero su historia emociona: eran hombres que ofrecían su gratitud a Dios y a María por haberlos mantenido con vida.


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Entrega del cáliz a María.
MONJES, VINO Y ETERNIDAD

También en la Argentina hubo y hay comunidades religiosas que producen vino. En San Juan y Mendoza, algunos monasterios elaboran vino para consumo interno, para misa y para compartir en retiros espirituales.


Los monjes trappistas incluso llegaron a intercambiar queso y vino por objetos litúrgicos con otras comunidades. Esa tradición europea de monjes vitivinícolas nunca desapareció del todo.


En silencio, los claustros siguen fermentando oraciones convertidas en Malbec.

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EL VINO TAMBIÉN ES CULTURA DE SALVACIÓN

Para muchos, el vino es sólo placer o mercado. Pero para la fe, el vino es un lenguaje. En la Biblia, Jesús convierte el agua en vino en Caná; en la Última Cena, lo consagra como su Sangre.


En la Argentina de hoy, con bodegas premiadas en el mundo y etiquetas con nombres sagrados, ese vínculo entre el vino y lo divino persiste. Algunas bodegas incluso dedican barricas a santos, hacen etiquetas especiales para parroquias o colaboran con eventos religiosos.


Porque el vino no es solo un producto. Es una memoria viva de fe, lucha y celebración.


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La bebida espirituosa relacionada con lo sagrado.
UNA COPA POR LA PATRIA Y MARÍA

Este 25 de Mayo, cada vez que una copa se alce, debería recordarse que la libertad no solo se defendió con espadas, sino con oraciones y vino sagrado. Que hubo campesinos que rezaban mientras pisaban uvas. Que hubo patriotas que brindaron por la Virgen y por la tierra libre.


Y que hoy, en cada misa, en cada brindis familiar, en cada copa compartida con gratitud, sigue viva esa alianza antigua entre la patria, el altar y la vid.

Porque hay vinos que embriagan... hay vinos que consagran. Y el que nació con la patria, sigue hablando de eternidad.

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