EL SANTO QUE FRENÓ UNA TORMENTA CON UNA SOLA PALABRA… Y NADIE LO CONOCE
- Canal Vida
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Un anciano del desierto detuvo una tormenta con una sola palabra, habló con ángeles y fundó monasterios que siguen vivos 1.500 años después. La Iglesia lo veneró en silencio. Hoy surge la pregunta: ¿por qué este santo quedó oculto al mundo?

No es un mito perdido en un manuscrito griego. No es una leyenda piadosa. No es un cuento para asustar a los peregrinos nocturnos. Es historia viva y que la Iglesia recuerda hoy, 5 de diciembre.
Un anciano del desierto…Un monje de mirada de fuego… Un hombre que, según los cronistas, detuvo una tormenta con una sola palabra.
Su nombre era Sabas (439-532), el santo que el mundo olvidó, pero del que los ángeles —según sus biógrafos— jamás dejaron de hablar.
EL DÍA QUE EL CIELO SE ABRIÓ… Y SABAS DIJO “BASTA”
Los monjes de la Gran Laura contaban que la tormenta era tan violenta que arrancó techos, destruyó depósitos, se llevó animales y derribó las paredes externas del monasterio. Los hermanos corrían. Las velas se apagaban. Los muros temblaban.
Sabas —ya anciano— salió apoyado en un bastón. Tenía más de 80 años y una calma sobrenatural. Levantó la mano. Miró al cielo. Y dijo una sola palabra: “¡Detente!”.
La crónica monástica asegura que el viento cesó al instante, la lluvia se convirtió en bruma y el cielo volvió a abrirse como si fuera una puerta girada por manos invisibles.
Los monjes quedaron paralizados: “Le obedecían hasta los elementos”, escribió uno de ellos.

EL MONJE QUE VEÍA LO QUE OTROS NO PODÍAN
San Sabas nació en el 439 y desde muy joven eligió el desierto de Palestina como su hogar. Su austeridad era temida. Su oración, legendaria.
Quienes vivieron con él afirmaban que lo veían hablar solo en la noche… hasta que descubrieron que no estaba solo: Conversaba con ángeles.
Un discípulo escribió que Sabas “salía cada medianoche al valle, y allí brillaba una luz que no venía de lámparas”. Otra crónica narra que, una vez, lo vieron postrado, y a su lado “un ser de resplandor blanco que parecía enseñarle”.
Y no terminaba ahí.

DON DE SANACIÓN: EL ENFERMO QUE SE LEVANTÓ ANTES DE QUE AMANECIERA
Un hombre paralítico fue llevado a su monasterio, la “Gran Laura de San Sabas”, un desierto de roca donde hoy todavía viven monjes griegos. Sabas lo tocó con aceite bendecido y le dijo: “Vuelve a caminar. Dios no te quiere postrado”. El enfermo se levantó esa misma noche.
Y el rumor se expandió como fuego en un campo seco: el viejo monje tenía poder sobre lo visible y lo invisible.
EL FUNDADOR QUE NO PODÍA SER DETENIDO
No era un ermitaño aislado. Era un constructor de mundos.
Fundó siete grandes monasterios, algunos de los cuales —como Mar Saba— siguen vivos 1.500 años después, suspendidos sobre acantilados donde el silencio tiene sonido propio.
Su obra fue tan gigantesca que los emperadores lo consultaban. Los patriarcas pedían su consejo. Y los peregrinos atravesaban el desierto para verlo, aunque fuera por un segundo.

EL ATAQUE DEMONÍACO QUE CASI LO DESTRUYE
Los monjes contaban que Sabas tenía un enemigo declarado: el espíritu de la desolación, una forma de tentación que asfixiaba a los ermitaños.
Una noche, ese espíritu —según narran sus discípulos— se manifestó como un gigantesco perro negro que intentó devorar al anciano.
Sabas agarró su cruz de madera y gritó: “¡Cristo vive!”. El monstruo desapareció… dejando un olor a azufre que impregnó el valle durante días.

SU MUERTE: UNA LUZ SOBRE LA CELDA
Murió en el año 532.Tenía 93 años. Los monjes dicen que, al momento de su muerte, un resplandor dorado iluminó el interior de su celda, aunque nadie podía explicar de dónde venía.
El patriarca de Jerusalén, impresionado por los testimonios, ordenó: “Que su nombre sea escrito entre los gigantes del desierto”.
EL SANTO OLVIDADO POR EL MUNDO… PERO NO POR LOS ÁNGELES
San Sabas aparece poco en catequesis, estampas, películas religiosas. Pero su huella permanece: Los monasterios siguen. Los milagros se recuerdan. Los peregrinos continúan visitando su tumba en Mar Saba.
Y los monjes dicen que, a veces, en las noches más silenciosas del desierto, se escucha un murmullo de oración entre las rocas. Como si alguien —o algo— siguiera rezando allí.
Quizás sea el anciano que derrotó tormentas. O tal vez, como dicen los viejos monjes:
“san Sabas no se fue. Cambió de habitación”.





