¡El Papa que Nunca Fue!
- Canal Vida
- 6 may
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A pocas horas de iniciarse el Cónclave que elegirá al Papa 267 de la Iglesia, vuelve a resonar una historia poco conocida: la de un hombre santo que, al ser elegido Sumo Pontífice, huyó para no aceptar. Hoy, en medio de oraciones, expectativa y humo blanco, vale recordar que no todos los llamados al trono de Pedro dijeron "sí".

En el siglo XIII, mientras Europa se sacudía entre guerras, cismas y cambios sociales, la Iglesia buscaba un pastor. El cónclave de 1268, uno de los más largos de la historia, se desarrolló en medio de tensiones entre cardenales franceses e italianos. En medio de ese laberinto de intereses, surgía un nombre inesperado: Felipe Benicio, general de la Orden de los Siervos de María.
Su fama de santidad, austeridad y sabiduría lo había convertido en un referente moral de su tiempo. Pero él no era cardenal. No hacía falta: la elección papal, podía recaer sobre cualquier clérigo bautizado. Y fue así como los cardenales, reunidos en Viterbo, decidieron elegirlo.
Cuando la noticia llegó a sus oídos, Benicio no la celebró. Tampoco reunió a su comunidad ni aceptó con humildad. Se escondió. Huyó de la ciudad. Se negó a ser Papa. Para él, el trono de Pedro no era un honor, sino una carga que no se sentía digno de llevar.
EL DERECHO A DECIR NO
Aunque parezca impensado, renunciar a ser Papa es posible... si se hace antes de aceptar. En cada cónclave, luego de alcanzar los dos tercios de votos necesarios, se le hace una doble pregunta al elegido:
"¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?"
"¿Con qué nombre deseas ser llamado?"
Si el elegido responde "no" a la primera, el proceso debe reiniciarse. El Papa que nunca fue queda como un misterio en la historia. Y aunque es raro, sucedió.
UN EJEMPLO DE HUMILDAD RADICAL
La figura de san Felipe Benicio nos habla de una virtud poco comprendida en el mundo actual: la renuncia voluntaria al poder. Su negativa no fue por miedo, ni por cálculo. Fue un acto de libertad y de fe.
Él no se consideraba digno de representar a Cristo en la Tierra. Para muchos, esa humildad lo hacía aún más digno. Pero él insistía: su lugar estaba con los pobres, en la oración, y no en el trono terrenal de la Iglesia.

Y HOY...
Mientras los cardenales se preparan para entrar en la Capilla Sixtina, esta historia resuena como un eco del Evangelio. El futuro Papa, quienquiera que sea, podría también rechazar el honor. No sería el primero. Ni, quizás, el último. Porque el verdadero poder en la Iglesia no se mide por tronos, sino por cruces.
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