"Debemos aprender a discernir cómo reconocer al Señor", asegura el padre Rafael de Tomás Ferrer en la reflexión de la lectura de hoy (Re. 19, 9a. 11-16). "En lo invisible a los ojos, pero no al corazón, allí está el Señor", subraya.
En aquellos días, Elías llegó hasta Horeb, el monte de Dios, se introdujo en la cueva y pasó la noche.
Le llegó la palabra del Señor, y le dijo: «Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor».
Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor.
«Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela»
Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor.
Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.
Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?».
Y él respondió: «Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela».
Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá».
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