Jesús invita a examinar las motivaciones y actitudes hacia la caridad, oración y ayuno; a practicar estas acciones desde la sinceridad y humildad, alejados del deseo de reconocimiento humano.
El Señor, en el Evangelio de hoy (Mt. 6, 1-6. 16-18), llama a examinar nuestra actitud hacia la práctica de la caridad, oración y ayuno. Jesús nos habla con claridad sobre la necesidad de realizar estas acciones no por mero espectáculo o reconocimiento humano, sino desde una profunda intención y devoción hacia Dios.
En primer lugar, con respecto a la caridad recuerda que cuando damos a los necesitados, no debemos hacerlo para ser vistos por los demás y obtener alabanzas o reconocimiento; por el contrario, debe ser desinteresada y sincera, realizada en secreto, sin esperar ninguna recompensa terrenal. Es en la discreción y humildad que encontramos la autenticidad de nuestras acciones caritativas.
En segundo lugar, la oración es un acto íntimo entre nosotros y Dios, una conversación sincera y profunda con nuestro Padre celestial. Debemos encontrar momentos de soledad y silencio, lejos de las distracciones y las miradas externas, para poder conectar verdaderamente con la presencia divina.
Por último, el ayuno debe ser un acto de sacrificio y purificación interior, una renuncia personal que nos acerca a Dios y fortalece nuestra disciplina espiritual. El verdadero ayuno es invisible a los ojos del mundo, pero es reconocido y recompensado por nuestro Padre celestial.
En este pasaje del Evangelio, Jesús nos invita a examinar nuestras motivaciones y a buscar la autenticidad en nuestras prácticas espirituales. Que en este tiempo de reflexión, podamos recordar que nuestras acciones deben ser guiadas por el amor a Dios y al prójimo, y no por la búsqueda de reconocimiento humano.
Que el Espíritu Santo nos conceda la gracia de vivir estas enseñanzas de Jesús con humildad y verdadero fervor, para que nuestras obras, nuestras oraciones y nuestros sacrificios sean agradables a los ojos de nuestro Padre celestial.
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