"Debemos estar dispuestos a defender la Palabra del Señor aunque nos cueste la vida", asegura el padre Rafael de Tomás Ferrer en su reflexión de la primera lectura de hoy (He. 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2).
En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado.
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres."
Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.
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