Más de un millón de peregrinos recorrieron cientos de kilómetros hacia Salta (Argentina) para honrar a la Virgen y Cristo del Milagro. Muchos no pedían milagros, sino que iban simplemente a agradecer. ¿Qué es la fe que los movió hasta allí? ¿Es algo que se puede explicar o es, acaso, un misterio que no necesita más razones que el amor?
Miles de peregrinos de diferentes lugares del norte de Argentina llegaron hasta Salta con un sólo propósito: agradecer a la Virgen y el Cristo del Milagro. (Fotografía: Arzobispado de Salta)
El domingo pasado, la ciudad de Salta, en el norte de Argentina, vivió una de las manifestaciones de fe más impactantes de los últimos años. Más de un millón de peregrinos, algunos recorriendo largas distancias a pie o en bicicleta, llegaron hasta el santuario de la Virgen y Cristo del Milagro. Lo curioso es que la mayoría no pedía resoluciones divinas. La fe que los movía tenía otro matiz: el simple deseo de agradecer. Entonces, surge la pregunta inevitable: ¿qué es la fe? ¿Cómo se explica ese motor invisible que impulsa a miles a desafiar el cansancio, las inclemencias del tiempo y la propia física del cuerpo?
"La fe es una relación basada en el amor y la confianza."
Francisco dijo en varias ocasiones que la fe "no es una idea, ni una ideología, es un encuentro". No hay manuales para definir lo que es tener fe, no tiene una explicación científica, pero es algo que vive en el corazón y en la acción de las personas. Es por eso que, frente a manifestaciones como las que vimos ayer en Salta o vemos ante la Virgen de Caacupé, nos quedamos maravillados, pero a la vez desorientados. Porque la fe desafía cualquier intento de racionalización. No hay ecuaciones ni fórmulas que puedan descifrar el acto de creer.
La fe en la sencillez de la vida diaria
El Catecismo de la Iglesia Católica define la fe como "una adhesión personal a Dios". No obstante, en la vida cotidiana, esa definición se traduce en formas muy simples de vivir. Muchos de los peregrinos que acudieron a Salta no tenían una historia milagrosa para contar. No fueron para pedir, sino para agradecer. Agradecer por la salud, por el trabajo, por la familia, o simplemente porque, en su relación con Dios, reconocen que todo lo que tienen y son se lo deben a Él.
"La fe, en su naturaleza más pura, es la confianza ciega, es la certeza en lo incierto."
Este acto de agradecer en lugar de pedir revela una dimensión profunda de la fe: es una relación basada en el amor y la confianza. Al igual que en una relación de amistad o de pareja, hay momentos en los que no se trata de recibir, sino de dar, mostrar gratitud, reconocer al otro. San Juan Pablo II dijo que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Y es en la sencillez de la vida diaria, en los pequeños actos de agradecimiento, donde esa verdad se hace palpable.
El desafío de creer sin ver
La fe, en muchas ocasiones, es caminar sin saber hacia dónde vamos. En la Biblia, Hebreos 11:1 nos recuerda: "La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". Los peregrinos de Salta no necesitan ver un milagro para creer. Su fe no está atada a condiciones ni a pruebas tangibles. La fe, en su naturaleza más pura, es la confianza ciega, es la certeza en lo incierto.
Es fascinante ver cómo personas de todas las edades, desde niños hasta ancianos, caminan juntas hacia un mismo destino. Los más mayores, los abuelos, son un ejemplo vivo de que la fe no se desgasta con el tiempo. Al contrario, la edad parece fortalecerla. Como dijo el Papa Francisco: "Los ancianos son la memoria viva de la fe, la raíz de la fe". Ellos son los que, con su vida, vieron pasar tiempos buenos y malos, pero nunca dejaron de creer.
La fe como testimonio en la sociedad actual
En un mundo cada vez más acelerado, donde todo parece explicarse desde la lógica, la ciencia y el conocimiento inmediato, la fe nos invita a hacer una pausa. Nos invita a recordar que no todo puede explicarse. Y quizás ahí está su mayor belleza. Como dijo san Agustín, "la fe es creer lo que no vemos, y la recompensa de esta fe es ver lo que creemos". Los peregrinos en Salta no buscan una explicación lógica para lo que sienten. No necesitan una razón más allá de su deseo de estar cerca de Dios, de dar gracias, de compartir una experiencia espiritual con otros.
Pero, ¿qué pasa cuando alguien "pierde la fe"? Muchos podrían pensar que perder la fe es alejarse para siempre. Sin embargo, el camino de la fe no es lineal. Es un proceso, una búsqueda constante. A veces, nos alejamos, nos sentimos perdidos, como el hijo pródigo de la parábola. Y en esos momentos, la fe sigue ahí, esperándonos, tal como el padre del hijo pródigo esperó con los brazos abiertos.
El misterio de creer
¿Entonces, qué es la fe? ¿Hay una respuesta única? La fe, quizás, no es algo que deba explicarse. Es algo que se vive, que se siente. No siempre es una certeza, a veces es una duda que nos impulsa a seguir buscando. A veces es un susurro en medio del caos de la vida moderna, otras veces es un grito de desesperación en busca de ayuda. Pero siempre está presente, esperándonos, como una llama que no se apaga.
En el fondo, la fe no necesita grandes milagros para ser válida. La fe está en los pequeños gestos, en la gratitud, en el agradecimiento, en la perseverancia de caminar cientos de kilómetros solo para estar en presencia de Dios. Como aseguró Jorge Bergoglio: "La fe no es refugio para gente sin coraje, sino la ampliación de la vida". Y ese es el mayor testimonio de los peregrinos de Salta o de Caacupé: una vida que se amplía, que se enriquece, no por lo que se ve, sino por lo que se cree.
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