Francisco, es su reflexión sobre el Evangelio, destacó que ante las dificultades, rabia e intolerancia hay que invocar a Dios para que nos envíe el "Espíritu de paz" que da la fuerza para perdonar y recomenzar.
Regina Coeli oficiado por el Papa Francisco el domingo 22 de mayo ante una multitud en la plaza San Pedro.
“Les dejo la paz, les doy mi paz”. La frase de Jesús en la última cena, fue el centro de la reflexión del Papa Francisco sobre el Evangelio (Jn. 14, 23-29) del domingo 22 mayo, que realizó desde el Palacio Apostólico del Vaticano frente a una multitud que se congrego en la Plaza San Pedro para hacer la oración a la Madre de Dios.
NO SE PUEDE ESTAR EN PAZ SINO SE DA PAZ
Jesús se despide con palabras que expresan afecto y serenidad, pero lo hace en un momento que no es precisamente sereno: sabe que Judas lo traicionará, Pedro está a punto de negarlo y casi todos los demás lo abandonarán. "El Señor lo sabe, y con todo no reprocha, no usa palabras severas, no pronuncia discursos duros. En vez de mostrar agitación, permanece afable hasta el final", destacó el Santo Padre.
Asimismo, recordó seguidamente un proverbio que dice que “se muere como se ha vivido”, y constató que, en efecto, “las últimas horas de Jesús son como la esencia de toda su vida”.
Experimenta miedo y dolor, pero no deja espacio al resentimiento y a la protesta. No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no es incapaz de soportar. Está en paz, una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza.
De ahí surge la paz que Jesús deja, porque no se puede dejar la paz a los demás si uno no la tiene en sí mismo. No se puede dar paz si no se está en paz.
“cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz”.
ENSEÑAR CON EL EJEMPLO
Una multitud de fieles presenció la reflexión del Papa Francisco sobre el Evangelio.
Jesús demuestra que la mansedumbre es posible, ya que la encarna en el momento más difícil y desea que cada ser humano se comporte de esa manera, por ser heredero de su paz.
Nos quiere mansos, abiertos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia, explica el Papa, e indicó que es la manera de dar testimonio de Jesús, “y vale más que mil palabras y que muchos sermones”.
Del mismo modo, el Obispo de Roma reconoció que la mansedumbre “no es fácil”, de hecho constató cuán difícil es “desactivar los conflictos”. Pero es precisamente aquí que, según el sucesor de Pedro, “viene en nuestra ayuda la segunda frase de Jesús: Les doy mi paz”.
La presencia del Espíritu Santo es la presencia de Dios en el ser humano; que desarma el corazón y lo llena de serenidad, deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás; recuerda que junto a cada fiel hay hermanos, no obstáculos y adversarios; da la fuerza para perdonar, para recomenzar, para volver a partir; y transforma a las personas en seres de paz.
Jesús sabe que nosotros solos no somos capaces de custodiar la paz, que necesitamos una ayuda, un don. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo don de Dios. En efecto, Jesús dice “es doy mi paz, pero no como la da el mundo”. ¿Qué es esta paz que el mundo no conoce y que el Señor nos dona? Es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús.
ESPÍRITU TRANSFORMADOR
La presencia del Espíritu Santo es la presencia de Dios en el ser humano; que desarma el corazón y lo llena de serenidad, deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás; recuerda que junto a cada fiel hay hermanos, no obstáculos y adversarios; da la fuerza para perdonar, para recomenzar, para volver a partir; y transforma a las personas en seres de paz.
ANTE LA TURBULENCIA INVOCAR AL ESPÍRITU SANTO
El Pontífice señaló que “ningún pecado, ningún fracaso, ningún rencor debe desanimarnos a la hora de pedir con insistencia el don del Espíritu Santo” puesto que “cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz”.
“Aprendamos a decir cada día: ‘Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo’”, animó y exhortó a pedirlo también “para quienes viven junto a nosotros, para quienes encontramos todos los días y para los responsables de las naciones”.
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