LEÓN XIV LLORÓ Y SONRIÓ EN LA MISMA HOMILÍA: “EL AMOR DE DIOS DOMÓ A LA MUERTE”
- Canal Vida

- hace 6 días
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El Papa habló con una fuerza serena frente al altar de San Pedro: “Francisco nos enseñó a abrir puertas… hoy cruzó la última, la del Cielo”. Su homilía sobre la muerte y la esperanza conmovió al mundo entero.

La basílica de San Pedro volvió a cubrirse de incienso y silencio. Frente al altar mayor, donde descansan siglos de fe y poder, León XIV presidió la Misa en memoria del Papa Francisco —fallecido tras abrir la Puerta Santa del Jubileo— y de todos los cardenales y obispos que partieron este año.
Fue una ceremonia de lágrimas contenidas y de esperanza luminosa, donde el Pontífice habló de la muerte como “la última puerta hacia el amor de Dios”.
LA MUERTE NO ES UN FINAL
Desde el inicio, la voz pausada el Obispo de Roma estremeció a los presentes. “Celebramos la vida de aquellos que murieron sirviendo al Evangelio, especialmente la de mi amado predecesor, el Papa Francisco”, dijo con tono solemne. Pero rápidamente cambió el rumbo de sus palabras: “No estamos aquí para llorar el fin de una historia, sino para contemplar el comienzo de una eternidad”.
El Pontífice comparó la vida cristiana con el camino de los discípulos de Emaús, aquellos que caminaron tristes hasta que Cristo resucitado les salió al encuentro. “Ellos iban envueltos en la oscuridad del duelo —explicó León XIV—, pero bastó un gesto, un pedazo de pan partido, para que la esperanza volviera a arder. Así también nosotros, en cada Misa, reconocemos a Aquel que transforma la muerte en resurrección”.

EL DOLOR DE LOS PEQUEÑOS
El Papa no esquivó el sufrimiento. Recordó a las víctimas de guerras, a los niños que mueren por enfermedades o violencia, y a los pobres “que dejan este mundo sin que nadie pronuncie su nombre”. Su voz se quebró: “Duele profundamente cuando la muerte se lleva a un inocente. Pero Cristo también pasó por ese horror. Y desde entonces, ninguna tumba tiene la última palabra”.
Entre los cardenales se vio a varios con lágrimas en los ojos. La homilía era un eco de Francisco, aquel Papa que tantas veces pidió “una Iglesia que llore con los que lloran”. León XIV, su sucesor, le rindió homenaje con una frase que hizo estremecer la basílica: “Francisco nos enseñó a abrir puertas. Hoy, él mismo cruzó la última. No la del Vaticano, sino la del Cielo”.
DE “CIUDAD DE LOS MUERTOS” A “DORMITORIO DE ESPERANZA”
El sucesor de Pedro invitó a los fieles a mirar los cementerios con otros ojos: “Los cristianos no los llaman necrópolis —ciudades de los muertos—, sino cimiterios, que significa ‘dormitorio’. Porque la muerte es un sueño bajo la custodia de Dios”.
El Pontífice habló de la muerte como una hermana, citando a san Francisco de Asís: “Laudato si’, mi Signore, per sora nostra morte corporale. Cristo la amansó con su cruz —dijo—. Antes era un monstruo que nos devoraba; ahora es una puerta que se abre hacia la luz”.

UNA HERENCIA QUE SIGUE VIVA
En un momento de profunda emoción, León XIV recordó la sonrisa cansada de Francisco en su última aparición pública: “Bendijo al mundo con manos que ya temblaban, pero su mirada era firme, como si viera más allá del dolor”.
Para el nuevo Papa, el legado de su predecesor no fue solo político o pastoral, sino profundamente espiritual: “Nos enseñó que la esperanza cristiana no se negocia. Se vive, incluso cuando el cuerpo se apaga”.
Finalmente, extendió su bendición sobre la asamblea y susurró: “No estemos tristes como los que no tienen esperanza. La muerte fue vencida, y los que amamos no están lejos: caminan con nosotros, invisibles, hasta el día en que la aurora no termine jamás”.
Las campanas sonaron mientras miles de fieles rezaban en silencio. En el aire, flotaba una certeza: León XIV no solo había recordado a los muertos, sino que había devuelto a la humanidad una de sus verdades más olvidadas: la muerte, cuando se ama, deja de ser un abismo y se convierte en encuentro.









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