top of page

La Mujer que Sostuvo el Infierno en sus Manos… y No se Quemó el Alma

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 6 días
  • 5 Min. de lectura
Le pusieron brasas encendidas en las manos para que negara a Cristo. Pero no las soltó. Esta anciana mártir desafió al Imperio Romano con fuego, silencio y fe. Su historia estremeció a los primeros cristianos… y puede cambiarte hoy.
Ciprila de Cirene
En el Imperio Romano ser cristiano era una herejía y la sentencia era el martirio y la muerte. Santa Ciprila de Cirene fue torturada por profesar la fe, hasta el punto que le pidieron que negara a Cristo. Al no hacerlo, y mantenerse firme en Él, le pidieron que estire sus y le arrojaron brasas al rojo vivo. Ella nunca renegó de Dios.

A veces, los héroes más grandes no llevan espada. No montan caballos, no comandan ejércitos, no conquistan ciudades. A veces, los verdaderos gigantes de la historia son personas invisibles, olvidadas, comunes… como una anciana viuda que no tenía más armas que su fe, sus arrugas y un corazón indomable. No gritó. No pidió ayuda. No buscó escapar. Solo se quedó quieta, mientras el mundo a su alrededor se volvía un horno encendido.


Fue en el norte de África, en una ciudad sofocada por el Imperio Romano y bañada en sangre cristiana. A Ciprila de Cirene la llevaron ante un altar pagano, con la excusa más cruel jamás inventada: pusieron brasas encendidas y un puñado de incienso en sus manos. Si el dolor era demasiado —si, por reflejo, soltaba las brasas— el incienso caería sobre el altar… y se consideraría que había ofrecido sacrificio a los dioses. Un gesto involuntario bastaba para traicionar a Cristo. El infierno había inventado una trampa perfecta.


“Le pusieron brasas en las manos para que traicionara a Jesús… pero ni el fuego la detuvo.”

Pero algo falló. Porque aquella anciana, de rostro gastado y espalda vencida, no soltó el fuego. Lo sostuvo. Lo abrazó. Y cuando la carne de sus manos empezó a abrirse, y el humo cubrió su rostro, siguió de pie. No cayó. No cedió. Fue entonces que los verdugos enloquecieron. Porque el fuego no la doblegó. Y cuando el mundo quiso hacerla arder… ella ardió, sí. Pero en gloria.







UNA MUJER INVISIBLE PARA EL MUNDO... LUMINOSA PARA EL CIELO

Corría el siglo IV. El emperador Diocleciano gobernaba el Imperio Romano con puño de hierro y lanza ensangrentada. Su misión: exterminar a los cristianos. En ciudades como Cirene —en lo que hoy es Libia— los soldados iban casa por casa buscando creyentes, especialmente líderes, clérigos… y mujeres.


Una de esas era Ciprila de Cirene, una anciana viuda, sin posesiones, sin rango, sin defensa. Una más en la multitud… pero con una fe que ardía más que el fuego. Para el mundo, era una sombra. Para Cristo, era un estandarte.

pEDRO kRISKOVICH
EL FUEGO EN LAS MANOS

La historia cuenta que cuando Ciprila fue arrestada, se le ofreció lo mismo que a tantos otros cristianos: salvar su vida… si adoraba a los dioses paganos. Bastaba con tomar un poco de incienso y echarlo sobre el altar de Júpiter. Un gesto. Nada más.


Pero Ciprila sabía que eso sería negar a Cristo. No dudó. No tembló. Se negó. Entonces, los verdugos diseñaron una trampa macabra. Colocaron carbones encendidos e incienso en sus manos desnudas. La idea era simple: cuando no soportara el dolor, soltaría las brasas… y el incienso caería sobre el altar. Habría ofrecido culto. Habría traicionado a su Dios... Pero ella no soltó nada.

Santeria
EL MARTIRIO MÁS SILENCIOSO... Y MÁS ARDIENTE

Imaginate la escena. Una mujer de más de 60 años, con los brazos extendidos, el fuego consumiéndole la piel, el humo llenándole los pulmones. El incienso ardiendo. El altar pagano frente a ella. Los soldados mirando. Y Ciprila… en silencio. Sin gritar. Sin ceder. Con los ojos cerrados, tal vez orando.


El historiador Lactancio lo diría siglos después: “El alma de los mártires ya no estaba en la tierra. Sus cuerpos ardían, pero sus corazones estaban con Dios”.


Cuando vieron que ni siquiera el fuego la quebraba, los soldados enloquecieron.

Casa Betania
LA FURIA DE LOS DEMONIOS

Al ver que la trampa falló, los soldados desataron una brutalidad sin límites. La ataron a un poste y comenzaron a desgarrar su cuerpo con garfios de hierro. No la querían solo muerta. La querían destruida. Querían hacer un espectáculo. Una advertencia. Pero Ciprila, según cuentan, no suplicó. No insultó. Solo murmuró una oración.


Así murió: con el cuerpo despedazado y las manos quemadas, pero con la fe intacta. Algunos cristianos que recogieron sus restos dijeron que el rostro de la mártir tenía una leve sonrisa… como quien ya había visto el cielo.


Ciprila de Cirene
Atada a un poste y desgarrada con garfios de hierro, Ciprila no gritó ni maldijo. Con el cuerpo destrozado y las manos quemadas, sus labios apenas susurraron una oración… y su rostro murió sonriendo, como quien ya estaba en el cielo.
MÁS FUERTE QUE EL IMPERIO

Nadie lo gritó en el momento, pero fue evidente: el Imperio había perdido.


Había matado a una anciana, sí. Pero no había podido quebrarla. No había logrado hacerla renunciar a su Dios. No había borrado su testimonio.


Y con su muerte, Ciprila se convirtió en un incendio espiritual. Su historia se repitió de boca en boca, de comunidad en comunidad. En cuevas, catacumbas, desiertos, los cristianos contaban sobre "la mujer que sostuvo las brasas por Cristo".


Y hoy, más de 1.700 años después… seguimos contando.

gin
¿Y SI TE TOCARA A VOS?

La pregunta es inevitable.

¿Qué harías vos si te pusieran brasas encendidas en las manos para obligarte a negar tu fe?

¿Qué harías si supieras que resistir te costará el cuerpo?


Ciprila no era una superhéroe. No tenía poderes mágicos. Era una mujer común, viuda, mayor… pero había conocido a Cristo, y eso lo cambió todo.


El mundo moderno aplaude las convicciones… hasta que son cristianas. Aplaude la resistencia… hasta que es por una verdad incómoda. Ciprila es eso: un escándalo para los tibios, una ofensa para los apáticos, una inspiración para los valientes.


Cuando todos cedemos al “no es para tanto”, al “bueno, una vez no importa”, Ciprila nos grita —desde su silencio ardiente— que la fidelidad no es negociable.



MILAGROS Y LEYENDAS

Con el tiempo, el nombre de Ciprila se convirtió en símbolo. En Cirene se decía que los que oraban por valentía ante las persecuciones, recibían fuerzas especiales si invocaban su nombre.


Algunos relatos afirman que ni las brasas ni los garfios dañaron su rostro, y que al enterrarla, su tumba exhalaba un aroma a incienso… como si el cielo recordara aquel altar maldito donde la única ofrenda verdadera fue ella.

Mariano Mercado
LA MÁRTIR OLVIDADA

Hoy casi nadie conoce a Santa Ciprila. No tiene una basílica. No hay estampitas. No hay novenas populares. Pero su historia sigue siendo dinamita espiritual para quienes la descubren.


No buscó fama. No buscó aplausos. Solo buscó serle fiel a Cristo hasta el final. Y lo logró.


Porque en un mundo donde todo se relativiza, donde la verdad se negocia, donde la fe se esconde… una anciana de Libia desafió al imperio más poderoso de la historia con las manos quemándose y el alma en paz.


Su nombre fue Ciprila. Y su vida fue una antorcha que aún arde.



📖También te puede interesar:



Comentarios


bottom of page