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El Señor viene a consolar las penas

"Hay que aprender a buscar a Dios para que alivie nuestro corazón", asegura el padre Rafael de Tomás Ferrer en su reflexión de la primera lectura del día (Is. 40, 1-11).
 

«Consolad, consolad a mi pueblo

—dice vuestro Dios—;

hablad al corazón de Jerusalén,

gritadle,

que se ha cumplido su servicio,

y está pagado su crimen,

pues de la mano del Señor ha recibido

doble paga por sus pecados».


"Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho."

Una voz grita:

«En el desierto preparadle

un camino al Señor;

allanad en la estepa

una calzada para nuestro Dios;

que los valles se levanten,

que montes y colinas se abajen,

que lo torcido se enderece

y lo escabroso se iguale.


Se revelará la gloria del Señor,

y verán todos juntos

—ha hablado la boca del Señor—».

Dice una voz: «Grita».


Respondo: «¿Qué debo gritar?».

«Toda carne es hierba

y su belleza como flor campestre:

se agosta la hierba, se marchita la flor,

cuando el aliento del Señor

sopla sobre ellos;

sí, la hierba es el pueblo;

se agosta la hierba, se marchita la flor,

pero la palabra de nuestro Dios

permanece por siempre».


Súbete a un monte elevado,

heraldo de Sión;

alza fuerte la voz,

heraldo de Jerusalén;

álzala, no temas,

di a las ciudades de Judá:

«Aquí está vuestro Dios.

Mirad, el Señor Dios llega con poder

y con su brazo manda.

Mirad, viene con él su salario

y su recompensa lo precede.


Como un pastor que apacienta el rebaño,

reúne con su brazo los corderos

y los lleva sobre el pecho;

cuida él mismo a las ovejas que crían».

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