EL SANTO QUE QUISO SER DEMONIO… Y TERMINÓ SALVANDO ALMAS
- Canal Vida
- hace 6 días
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Fue médico, alquimista y ambicioso. Soñaba con poder, fama y dominio sobre la muerte. Pero una noche —frente a un cadáver— todo cambió. San Antonio María Zaccaria, el hombre que desafió a Dios, terminaría fundando una de las órdenes más radicales del cristianismo.

Nació en Cremona, Italia, en 1502. Era un niño brillante, curioso hasta el límite y profundamente atraído por los secretos del mundo. Antonio María Zaccaria no quería ser como los demás. Quería más. No sólo curar como médico. Quería controlar. Investigar. Y, si era posible, superar las leyes de la naturaleza. Fue así como, en secreto, comenzó a estudiar alquimia, astrología y textos prohibidos.
Dicen que pasaba noches enteras frente a cadáveres, intentando descubrir el instante exacto en que el alma partía. “¿Y si pudiera traerla de vuelta?”, habría dicho a un colega. Pero lo que no sabía es que mientras se acercaba al poder… también se acercaba al abismo.
EL MOMENTO QUE LO HUNDIÓ… Y LO SALVÓ
Una noche, luego de atender a un niño moribundo, Antonio se encerró en su estudio. Abrió un libro de medicina antigua y otro de prácticas oscuras. La tentación era clara: buscar una fórmula para vencer la muerte.
En medio de su desesperación, sintió un frío que le atravesó la espalda. Una voz, según él mismo escribió después, le susurró: “¿De verdad querés ese poder? ¿A qué precio?”.
Corrió a una capilla cercana. Se arrodilló frente al crucifijo. Y lloró como un niño. Aquella fue la primera noche que rezó de verdad. Y, según diría años más tarde: “Fue la primera vez que escuché a Dios”.

NACIMIENTO DE UN GUERRERO DE LA FE
Abandonó la medicina y todo lo que había construido. Comenzó a predicar. Pero no como un cura clásico, sino como un provocador. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo, conocidos como barnabitas. Su lema era claro: renovar el corazón de la Iglesia desde adentro.
Marchaban por las calles con cruces en alto, predicando en mercados, hospitales, casas. Denunciaban el pecado incluso dentro del clero, pedían ayuno y penitencia, rescataban la confesión frecuente y la adoración eucarística. No eran bienvenidos en todos lados. Pero cada vez que uno caía, surgían tres más.

DE LA OSCURIDAD A LA LUZ: UN LIDERAZGO RADICAL
Antonio no era un “santo dulce”. Hablaba fuerte. Se enfrentaba a obispos y nobles. Cuando un joven le preguntó por qué había dejado la alquimia, respondió: “Porque el oro que buscaba nunca iba a sacarme del infierno”.
Enseñaba que sólo el amor a Cristo crucificado podía cambiar un alma. Que la verdadera resurrección era la del espíritu. Y que ningún pecado era tan oscuro como para no poder ser vencido por la misericordia.

EL SECRETO DE SUS CARTAS
En sus cartas personales —que hoy se conservan como tesoros espirituales— se lee una lucha interior constante. “Cada día el demonio me recuerda lo que fui”, escribió. “Pero cada día el Señor me recuerda quién soy”, subrayó.
En otra, confesó que a veces se sentía tentado a volver a sus prácticas de juventud. “La sed de poder no muere fácil”, admitió. “Pero Cristo me da agua viva”, señaló.

MILAGROS, AYUNOS… Y SANGRE
Durante sus años como líder espiritual, se multiplicaron los testimonios de curaciones y conversiones. Un soldado romano, poseído por una ira violenta, fue sanado tras una confesión con él. Una niña ciega recobró la vista tras tocar su manto. Y en más de una ocasión, se decía que su presencia bastaba para hacer huir a quienes practicaban brujería.
Él mismo se imponía durísimos ayunos. Dormía en el suelo, ayunaba días enteros y se flagelaba por los pecados del pueblo. Sus discípulos lo seguían. Algunos murieron jóvenes, consumidos por el celo espiritual. Antonio los llamaba “mártires del fuego interior”.

SU MUERTE: LA ÚLTIMA LLAMA
Murió a los 36 años, el 5 de julio de 1539. Su cuerpo, debilitado por las penitencias, no aguantó más. Pero cuentan que sus últimas palabras fueron: “Mi alma ya sabe el camino. Que nadie tema el juicio, si ha amado con verdad”.
El día de su funeral, en Cremona, se escuchó una tormenta. Pero no cayó una gota. Y un rayo iluminó el crucifijo de su tumba justo cuando comenzaba la misa.
Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Bernabé, en Milán, en un pequeño santuario que aún hoy conserva sus reliquias. Allí descansan sus restos incorruptos, visitados por fieles que buscan consuelo, sanación y fe firme en medio de la oscuridad.
Aunque por décadas fue olvidado por muchos, su figura resurgió con fuerza en tiempos recientes, sobre todo entre jóvenes religiosos que descubren en él un modelo de lucha interior y transformación radical. No es raro ver a seminaristas arrodillados ante su urna de cristal, rezando por el coraje de predicar como él.
San Antonio María Zaccaria no murió apagado: murió encendido, y su llama sigue viva en el corazón de una Iglesia que, como él, necesita ser renovada desde adentro.

LO QUE QUISO EL DEMONIO… LO USÓ DIOS
Hoy san Antonio María Zaccaria es patrono de los médicos, reformadores y adoradores eucarísticos. Pero fue, ante todo, un convertido. Un hombre que quiso tener poder… y terminó entregando su vida por los pobres y los olvidados. Que soñó con ser un mago… y acabó siendo un santo.
Su historia, aún hoy, es un grito a los corazones modernos: No importa cuánto hayas caído. Dios puede usarte para cosas que ni imaginás.
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