El Papa Peregrino: León XIV y el Jubileo de la Esperanza
- Canal Vida
- 9 jun
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En una jornada marcada por el silencio, la fe y la cruz, el Santo Padre encabezó la procesión jubilar de la Santa Sede y cruzó la Puerta Santa como un simple peregrino. Pidió santidad, fecundidad espiritual y recordar que toda la Iglesia nace del misterio de la Cruz.

La imagen fue tan poderosa como inesperada: León XIV, con la Cruz Jubilar en sus manos, caminando en silencio hacia la basílica de San Pedro. No era un desfile, ni una ceremonia vacía. Era una procesión de fuego interior. El Papa no hablaba. Peregrinaba.
“Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la Cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no algo peor.” (León XIV)
A su lado, miles de empleados y funcionarios de la Santa Sede recorrían la Plaza de los Protomártires Romanos, cruzaban el Arco de las Campanas, subían las escalinatas y, finalmente, cruzaban la Puerta Santa. En ese gesto, el Papa no solo daba inicio a una celebración, sino que sellaba un testimonio: la Iglesia está llamada a renacer desde dentro.
UN JUBILEO QUE NO ES PROTOCOLO
La jornada comenzó en el Aula Pablo VI con una meditación de sor María Gloria Riva, religiosa de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento. Su mensaje fue claro: la fecundidad espiritual de la Iglesia no nace del poder ni del prestigio, sino de la Cruz.

Tras la reflexión, una joven voluntaria entregó al Papa la Cruz Jubilar. En ese instante, la historia respiró hondo. León XIV, nuevo Obispo de Roma, comenzaba a dejar su huella: una huella que no busca grandeza, sino profundidad.
LA MADRE JUNTO A LA CRUZ
En su homilía, el Papa iluminó el corazón del Jubileo con dos imágenes bíblicas. La primera: María al pie de la Cruz. La madre que no huye del dolor, sino que abraza el misterio redentor. "La maternidad de María dio un salto impensable", afirmó León XIV. "Se convirtió en la nueva Eva, fuente de vida para todos los hombres", aseguró.

Fue en ese momento que el Papa pronunció una de las frases más impactantes de la jornada: “Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la Cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no algo peor”.

SANTIDAD COMO SERVICIO
León XIV no evitó el tema central: la llamada a la santidad. No como una exigencia de perfección, sino como una forma de servir. "Un sacerdote que carga su cruz con fe y amor fecunda la Iglesia. Un padre o madre que vive su vocación en medio de la dificultad también lo hace", dijo.
Su mensaje fue directo a la Curia Romana: “La mejor manera de servir a la Santa Sede es procurar la santidad, cada uno según su estado de vida”. Fue un llamado a la conversión interior, a una reforma que no comience por estructuras, sino por el corazón.

EL CENÁCULO VATICANO
La segunda imagen que el Papa compartió fue la de María en el Cenáculo. Allí, rodeada de los apóstoles, ejerce su maternidad espiritual como centro de comunión. "La Santa Sede vive de manera muy particular la coexistencia de ambos polos: el mariano y el petrino", afirmó. "Y es el polo mariano el que asegura la fecundidad y la santidad del petrino", subrayó.
Fue una afirmación potente y poco común. León XIV dejó claro que no basta con el gobierno: hace falta intercesión, humildad y escucha. El poder sin santidad es ruido. La estructura sin Espíritu es ruina.

UN CAMINO QUE RECIÉN COMIENZA
El Jubileo de la Santa Sede no fue un evento aislado. Fue la primera gran señal del estilo que León XIV quiere imprimir a su pontificado. Un Papa que peregrina. Que bendice con el Evangeliario antes de hablar. Que comienza su reforma caminando él mismo por la Puerta Santa.

En un mundo fatigado por el cinismo y la apariencia, el nuevo Papa recordó algo esencial: la Iglesia no está llamada a brillar, sino a fecundar. Y eso solo es posible desde la Cruz. No la cruz de los ornamentos, sino la que duele. La que pesa. La que salva.
UN JUBILEO PARA DESPERTAR
Hoy, el eco de esa procesión silenciosa sigue resonando en los muros del Vaticano. Pero más que una imagen, fue un grito mudo: volvamos a la fuente, volvamos a la Cruz. Porque, como dijo León XIV, “si no nace de allí, todo lo que hacemos es apariencia, si no algo peor”.
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