El Papa No Estuvo Presente, Pero Habló Directo al Corazón
- Canal Vida
- 18 abr
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Las lágrimas que no vimos. El grito que no se oyó. Y el mensaje que conmovió a Roma. Este Viernes Santo, el Coliseo volvió a llenarse de silencio sagrado y antorchas encendidas. Pero una silla quedó vacía. El Papa Francisco, por motivos de salud, no participó del Vía Crucis. Aun así, su alma estuvo ahí. Su mirada también. Y sobre todo, su voz: la que dejó escrita en meditaciones que desgarran el alma, estremecen la conciencia y abren la puerta al amor que no se rinde.

“La vía del Calvario pasa por nuestras calles de todos los días”, escribió el Papa. Y esa frase lo cambió todo. Porque en medio de turistas, faroles, soldados y cámaras, el mensaje fue claro: la cruz no es un recuerdo lejano. Es actual. Y tiene nuestra dirección.
Francisco no estuvo en carne, pero si en espíritu. Y como Jesús en Getsemaní, optó por el silencio y el sufrimiento para decir más que con un discurso.

EL JUICIO QUE TODAVÍA SIGUE
En la primera estación, cuando Jesús es condenado a muerte, el Papa pone el dedo en la llaga: “Podía ser diferente. Pilato pudo liberarlo. No lo hizo”. Hoy seguimos sin hacerlo. Seguimos condenando, prejuzgando, justificando el mal en nombre del “sentido común”.
Jesús no se lavó las manos. Nosotros sí. Todos los días. Y Francisco lo denuncia con palabras que arden, pero curan.

UNA CRUZ QUE PESA DESDE SIEMPRE
En la segunda estación, el Pontífice revela algo estremecedor: Jesús cargaba con la cruz desde hacía meses, quizás años: “La sentía venir hacia él… cada vez de una manera diferente”.
Así también nosotros sentimos cruces que se acercan. Pero evitamos mirarlas. Él no huyó. Y ese coraje callado, dice el Papa, nos invita a quedarnos. A no escapar. A asumir lo que cuesta amar.
CAÍDAS QUE REDIMEN
Cuando Jesús cae por primera vez, Francisco habla del “tocar fondo”. Y es ahí donde introduce una paradoja sanadora:
“El cielo está aquí, ha descendido, es posible encontrarlo aun cayendo”.
En un mundo que exige perfección, el Papa nos recuerda que Dios se encuentra en el suelo, en el fracaso, en la caída. Porque el amor no es para los impecables: es para los humildes que se dejan levantar.

UNA MIRADA QUE TRANSFORMA
El Via Crucis de Francisco es un relato de miradas:
– La de Jesús, que ve a su Madre en medio del dolor.
– La de Verónica, que reconoce el rostro de Dios en el sufriente.
– La de Simón de Cirene, que no eligió la cruz… pero nunca más fue el mismo.
Son escenas que el Papa describe con una poesía desgarradora, que se mete en el alma. Palabras que no se predican. Se lloran.
EL AMOR QUE NO HUYE
En la cruz, Jesús no es un mártir pasivo. Es un Rey que decide seguir amando. A los que lo insultan. A los que lo clavan. A los que lo olvidan.
Y aunque Francisco no pudo estar presente físicamente, cada palabra suya clavó una espina en nuestro corazón moderno, cómodo, distraído.
Dijo con fuerza:
“Tu cruz, Jesús, derriba los muros, cancela las deudas, establece la reconciliación.”

EL SEPULCRO COMO SEMILLA
El Vía Crucis culmina con el cuerpo de Cristo en manos de José de Arimatea. Pero no hay derrota. Hay siembra. Francisco lo expresa con un silencio que estremece:
“Colocado en el sepulcro, Jesús comparte la condición que nos acomuna a todos… Y alcanza los abismos que tanto nos asustan.”
La cruz no termina con la muerte. Termina con la esperanza.
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