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El Exorcismo Silencioso del Papa: Cuando el Mal se Arrodilló en el Vaticano

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 22 oct
  • 3 Min. de lectura
El día que el infierno tembló dentro del Vaticano. Juan Pablo II no gritó, no discutió. Solo pronunció una frase… y el demonio huyó. Un episodio oculto que revela el poder invisible de la santidad frente al mal más antiguo.
Juan Pablo II
San Juan Pablo II tiene un registro documentado de dos exorcismos.

No hubo gritos. No hubo violencia. Solo un susurro, una oración breve, y un estremecimiento invisible recorrió las paredes de mármol del Vaticano. Era 1982, y dentro de una pequeña capilla privada, Juan Pablo II enfrentaba al enemigo más antiguo del hombre: el demonio.


Aquel día, la calma del Palacio Apostólico se quebró. Una mujer italiana, joven, fue llevada ante el Pontífice. Según los testigos, se encontraba en estado de profunda agitación, con la mirada perdida y una voz que no parecía humana. “No puedo entrar ahí”, murmuraba, cuando se acercaban al umbral de la capilla. Los guardias suizos intentaron contenerla, pero el aire se volvió pesado, helado.


En el centro del altar, el Papa esperó de pie, con el rosario entre los dedos. No pidió cámaras, ni testigos. Solo dijo: “Déjenla entrar. Cristo ya está aquí”.







EL INSTANTE EN QUE EL MAL RETROCEDIÓ

El padre Gabriele Amorth (1925-2016), exorcista oficial de Roma, relató años más tarde aquel episodio. Según él, Juan Pablo II no realizó un rito tradicional. No leyó fórmulas, no elevó la voz. Solo impuso las manos sobre la joven y pronunció una frase que, hasta hoy, permanece en los archivos del Vaticano como “palabras selladas”.


Lo que siguió, dijo Amorth, fue indescriptible. La mujer comenzó a temblar y cayó de rodillas. “¡No puedo soportar su presencia!”, gritó con voz desgarradora. Juan Pablo II cerró los ojos y dijo una sola palabra: “Vete”. Y el mal huyó.


Minutos después, la mujer estaba en paz, llorando en silencio. Los guardias declararon que el aire volvió a sentirse “ligero”, y uno de ellos aseguró haber percibido “un perfume de flores”, como si el Cielo mismo hubiese descendido al Vaticano.

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EL PAPA QUE NO TEMÍA AL DEMONIO

Amorth solía decir que “el diablo le tenía miedo al Papa polaco”. No era una metáfora. En más de una ocasión, durante exorcismos realizados en Roma, los espíritus invocados habrían reconocido su nombre con terror: “¡No pronuncies su nombre! Él me destruyó mis planes…”.


El exorcista explicó que el "Papa peregrino" no necesitaba gritar porque su santidad era su arma. “Él no hablaba al demonio —dijo Amorth—, hablaba a Dios. Y eso bastaba para que el enemigo retrocediera”.


Esa autoridad espiritual, silenciosa pero absoluta, se reflejaba incluso en los encuentros cotidianos. Testigos cercanos aseguran que cuando el Papa entraba en una habitación, la gente sentía una paz extraña, una fuerza que no se podía explicar.


El mismo Amorth confesó haber sentido “una presencia luminosa” durante ese exorcismo, algo que no podía atribuir a lo humano.

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EL DÍA QUE EL INFIERNO SE ARRODILLO

Nunca se difundieron imágenes ni grabaciones. Solo testimonios de quienes lo vivieron. Pero la historia corrió como fuego dentro de los muros vaticanos. Algunos lo llamaron “el exorcismo silencioso”, otros “el día en que el infierno se arrodilló”.


Años después, el Papa reconoció públicamente que había realizado exorcismos en más de una ocasión. En 2000, durante una misa, admitió que “la lucha contra el mal no termina jamás, pero Cristo nos dio el poder de vencerlo”.


Hoy, ese momento de 1982 sigue siendo una de las historias más estremecedoras y misteriosas de su pontificado. Una batalla espiritual librada sin ruido, pero que dejó una huella imborrable en la historia de la Iglesia.


Dicen que aquella mujer, tiempo después, volvió al Vaticano para agradecer. Y que, al verla, Juan Pablo II le sonrió y dijo: “Jesús ya había ganado. Solo hacía falta que tú lo supieras”.

Canal Vida
EL LEGADO INVISIBLE

El “exorcismo silencioso” de Juan Pablo II no fue solo una historia de miedo y fe. Fue una enseñanza viva: que el verdadero poder espiritual no necesita espectáculo. La santidad no grita, reza. No amenaza, ama. Y en ese amor, el mal se disuelve.


Hoy, a más de cuarenta años de aquel suceso —y 20 de la partida a la Casa del Padre del "Pontífice peregrino"—, las palabras del exorcista Amorth siguen resonando: “Cuando el Papa rezaba, el demonio temblaba. No por su fuerza, sino por su fe”.


Y así, el Vaticano fue testigo de una batalla sin espadas, sin fuego… donde el infierno conoció el silencio de Dios.



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